¿Habría uno invertido media juventud tratando de dominar el inglés y las inglesas de haber existido la inteligencia artificial, que todo lo traduce y al momento?
Dominar el inglés fue el gran desafío de los íberos del siglo XX, gente agreste y mal dotada para las lenguas que, como viajaba poco, se pasaba la vida empezando a aprender inglés en academias tenebrosas donde profesores “nativos” –algo así como pieles rojas pero en blanco– enseñaban frases muy útiles tal que “my taylor is rich” (mi sastre se forra).
El caso es que el inglés no se dejaba dominar –y las inglesas, tampoco–, de ahí el éxito del chiste del humorista Eugenio.
–¿Usted domina el inglés?
–Hombre, si es bajito y se deja...
(Los íberos del siglo XX de las frustraciones hacían chistes).
La IA permite dominar el inglés sin procesionar por aquellas academias con profesores “nativos”
El francés, en cambio, era más cuñadista, llevadero y campechano y con cuatro mantazos estaba hecha la faena. Lo del inglés parecía un túnel sin salida salvo que a uno le diera por viajar quince días a Irlanda o Nueva York creyendo que así dominaría, sometería y azotaría al dichoso inglés, tras los cuales retornaba a casa con los bolsillos vacíos y la moral por los suelos al ver que ni por esas. En el caso de las íberas, se enrolaban de au pair , modalidad laboral exótica que consistía en cuidar de querubines que berreaban en inglés en casas donde se comía poco y mal.
Y vuelta a empezar con lo del profesor nativo...
La única satisfacción –acaso la causa de no desfallecer– era comunicarse de nativo a turista estival.
–¡My taylor is rich! ¡Very rich! My name is Coll, Pepe Coll.
De repente, mil años después de la primera academia, llegaba el milagro y el íbero persistente se descubría hablando un buen día en inglés fluido –lo de fluido formaba parte de la jerga del mercado laboral–, tan satisfecho como desconcertado por el éxito.
Yo, la verdad, no sé si habría hecho tantos esfuerzos de haber tenido una tecnología amiga que traduce y se expresa. Lo único que sé es que fue un viaje entrañable, enriquecedor y, perdón por la inmodestia, de los que te hacen sentir orgulloso de haber dominado al inglés a tortas en 15 rounds.