Catalunya y València, qué nos ha pasado

EL RUEDO IBÉRICO

Catalunya y València, qué nos ha pasado

Vaya por delante que soy de los que piensan que las relaciones entre catalanes y valencianos son estructurales, fruto de una trayectoria histórica en común dentro de la Corona de Aragón durante más de treinta generaciones, de una localización geográfica determinada, de una lengua compartida y de una sociología cultural mediterránea que ha esculpido tradiciones, alimentación y sociabilidad. Sin embargo, el carácter estructural está afectado por coyunturas diferentes que modelan periodos de mayor o menor acercamiento. Hoy, la relación se parece mucho a aquella canción de Presuntos Implicados: “Cómo hemos cambiado / Qué lejos ha quedado / Aquella amistad / ¿Qué nos ha pasado?”.

He conocido –y saludado– a casi todos los presidentes de la Generalitat de Catalunya de época reciente y, desde un análisis completamente personal (qué es un artículo de opinión sino eso), puedo decir que estas relaciones han ido decayendo en afectos y efectos. A partir de esta experiencia puedo hablar de tres claros periodos.

La presidencia de Jordi Pujol (1980-2003) enlazó con la vigorosa figura de Joan Fuster y otros intelectuales y activistas de la transición, valencianos y catalanes, y vivió de aquel espíritu durante todo su mandato. Hay que decir que la carpeta de las relaciones particulares fue haciéndose más gruesa a medida que el proyecto, por otra parte, cada vez más inalcanzable, de los Països Catalans, dejaba de ser el único expediente en su interior: pronto aparecieron lazos editoriales, comunicativos, instrumentos de penetración social como la literatura y la difusión de la lengua entre amplias capas sociales.

opi 4 del 7 setembre

 

Joma

Las presidencias socialistas de Maragall y de Montilla (2003-2010) dieron profundidad federal a esta historia particular, recuperando el espíritu progresista y fraternal ya explorado –pero poco conocido– en el siglo XIX. Maragall ideó, además, una base urbana y territorial para sostener esta relación privilegiada y prefiguró la importancia de un eje mediterráneo, hoy en construcción.

El president Mas, por su lado, supo conectar con capas de la burguesía local, sectores académicos y cámaras de comercio y asociaciones empresariales dispuestas a romper el aislamiento anticatalanista y la incomprensión catalana. Esta línea la siguió Carles Puigdemont en la primera parte de su mandato: recuerdo un acto en el Palau de la Generalitat Valenciana con una clara visión favorable al corredor mediterráneo, sustentada por el entonces conseller Josep Rull.

Sin embargo, en el 2017, y hasta el 2021, con el último periodo de Puigdemont y el de Joaquim Torra, se activó un tiempo de desconexión. Pocas veces me he sentido tan incómodo como compartiendo un café, en una visita en pequeño comité en la Casa dels Canonges, con un president Torra insensible a cualquier referencia a lo que pasaba en tierras valencianas y a los esfuerzos de acercamiento sobre proyectos comunes como el corredor mediterráneo, que, como el Barça, es más que un tren. Estaba en otra historia.

El ‘procés’ ha sacrificado o dinamitado la relación familiar entre catalanes y valencianos

Desde el 2021, con la presidencia de Aragonès, a quien no he tenido el placer de saludar, ha continuado –por otras razones– el clima de desconexión, con una Catalunya ensimismada, silenciosa ante los mensajes explícitos e implícitos que se emitían desde el Gobierno del Botánico y el president Puig.

¿Qué tenemos hoy en tierras valencianas? Una percepción sobre Catalunya que mezcla perplejidad, desconexión e incomprensión, muy alejada de la tradicional envidia (cuántas veces he oído, incluso en sectores anticatalanistas, que los valencianos tendríamos que ser como los catalanes a la hora de defender “lo nostre”) y del clima, inseparable, de amor y odio por los vecinos del norte. El procés, entendido como hecho histórico, ha tenido la consecuencia de sacrificar –o más activamente, dinamitar– la relación familiar entre catalanes y valencianos. Seamos claros: para muchos catalanes, los valencianos estamos ya dentro de la esfera sentimental y política de un extremeño o de un asturiano.

Esta desconexión nos ha hecho retroceder al tiempo de la Renaixença, cuando llamamientos inflamados a la hermandad literaria encubrían el vacío de todo proyecto social, económico o de infraestructuras mínimamente factible. Hoy ocurre de nuevo con las pancartas sobre los Països Catalans en el barrio de Gràcia o en Prada. Las buenas­ relaciones entre la AVL y el IEC no pueden concentrar todas las potencialidades de nuestro largo vínculo.

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¿Hay que resignarse a que el futuro sea volver al pasado? La contestación necesitaría más espacio del que dispongo. Pero avanzo que, después de más de cuarenta años de autonomía legislativa y de poder ejecutivo propio (por lo tanto sobre el respeto exquisito de la autonomía política de las dos Generalitats), tendríamos que saber reconstruir espacios de contacto aprovechando tanto el impulso federal y plurinacional en España y europeísta y en la UE, como reformar el sistema de financiación autonómico (a ambos territorios les interesa), la necesidad de ordenar y reforzar la fachada mediterránea peninsular en el mapa global con proyectos logísticos, de agua, industriales y exportadores de la región entera: hay momentos en que la geopolítica importa tanto o más que la historia.

Sole Giménez cantaba: “Lo mejor que conocimos / Separó nuestros destinos / Que hoy nos vuelven a reunir / Tal vez, si tú y yo queremos / Volveremos a sentir / Aquella vieja entrega”. Si vosotros y nosotros queremos…

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