El no viajero

El no viajero

Viajar por ocio no es una obligación. No hace tantos años irse lejos era una extravagancia recibida con expresiones tan nuestras como el “ya te lo regalo”. Nuestros padres pasaban el viaje de bodas, según presupuesto, en Caldetes, Mallorca o, los más afortunados, París. Los viajes de verano se limitaban al país: la costa, Brava o Dorada, o el interior, a menudo en los pueblos de los abuelos en Catalunya o Andalucía, Extremadura o Galicia.

Turistas en el centro de Barcelona, esta semana

 

Mané Espinosa

A muchos lectores les puede parecer raro, pero salir de excursión de fin de semana para conocer Poblet, Ribes de Freser o el delta del Ebro no era muy habitual. Muchas familias tenían bastante con una corta excursión cerca de casa o con pasar una mañana de domingo paseando por Montserrat. Lentamente la lista se fue ampliando, por ejemplo, con el románico, con el valle de Boí o el monasterio de Sant Pere de Rodes cuando aún era una ruina.

Pienso en ello hoy ante la constatación de que este ha sido el verano del basta en muchos puntos de Catalunya, España y el mundo. Acertadamente, este periódico le ha dedicado un detallado retrato bajo el título Overbooking. Las historias son similares: ciudadanos que viven en un lugar deseado y que se han cansado de la mala educación de los visitantes, de no poder disfrutar de su casa o, incluso, de tener que irse obligados por el ruido, la suciedad y las molestias.

Nuestros padres pasaban el viaje de bodas en Caldetes, Mallorca o París

Tengo la teoría de que, por lo que respecta al interés por descubrir paisajes, monumentos, culturas y enriquecerse con este conocimiento, pocas cosas han cambiado. Muchos de los que hoy invaden playas, pueblos y espacios naturales viajan como las maletas que llevan: indiferentes al trayecto, volviendo casi igual que se fueron. Como mucho cargando algún trasto comprado en tiendas de mal gusto y, eso sí, miles y miles de fotografías que exhiben para demostrar que ellos también son como todos.

Me recuerdan a unos viejos amigos de la familia que, hace muchas décadas, se esforzaban en encontrar en cada pueblo y ciudad que pisaban una tienda de postales. Compraban una y partían corriendo al pueblo de al lado, sin ni siquiera un triste paseo. Siempre los había recordado como una rareza anecdótica. Hoy, serían categoría.

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