Carcajadas en el tanatorio

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Carcajadas en el tanatorio

En el último episodio de la hermosa Los sueños de Akira Kurosawa , el transeúnte sin nombre habla con un anciano junto al arroyo. Entre el murmullo de la aldea de los molinos de agua, se oye música. “¿Celebran hoy alguna fiesta por aquí?”, pregunta el joven. “¿Eh?”, el viejo escucha: “No, eso es un funeral”. A continuación, el viejo barbado le explica que en ese pueblo sin templo ni religiosos, los funerales son fiestas porque celebran la vida de los que se van. El rito en cuestión es por un anciana de 99 años que murió la noche anterior mientras dormía. El lugareño se levanta disculpándose porque debe asistir al sepelio, pero antes de desaparecer se vuelve y añade: “En honor a la verdad, esta anciana fue mi primer amor. Me destrozó el corazón cuando me dejó para convertirse en la esposa de otro hombre”. Y se aleja riéndose para unirse al cortejo fúnebre.

El tabú de las risas y la muerte acompaña a muchas culturas por muy distinta que sea su tradición religiosa, y sin embargo, el costumbrismo apunta que no hay nada más común ni salvífico en los velatorios que el humor. No es raro ver en los tanatorios carcajadas contenidas entre los conocidos del finado.

La especie es así, combate lo grave con lo leve, y por eso no hay –desde los atentados del 11-S, hace casi un cuarto de siglo– fenómeno más común ante lo tremendo que el humor. Aunque estas prácticas sean consideradas contrarias al decoro –al ex­conce­jal Guillermo Zapata le costó el puesto, no ya ejercerlas, sino reflexionar sobre ellas en público–, en privado todos las celebramos. El intento de magnicidio contra Donald Trump dio pie, como corresponde, a humoradas de todo tipo, arrebatos de ingenio e incorrección que por supuesto convocaron el odio de las plañideras, pues no hay ocasión luctuosa que no traiga en procesión a las almas puras del decoro a expresar ante ustedes y ante Dios lo muy limpios que son sus corazones.

Atentado Trump claves

 

AFP

Dado que todo es susceptible de comercializarse, tardaron muy pocas horas en ofrecerse en la red tazas con la oreja ensangrentada impresa y, como siempre que la historia hace una convocatoria pública de ingenio, algunas cuentas de TikTok, Instagram y la red antes conocida como Twitter –alguna de ellas, especializada en lo escatológico– brillaron a gran altura. Al lado del vértigo de lo terrible, existe otro mecanismo que nos permite llorar de risa ante lo terrible. Se llama “el kilómetro sentimental”, y se expresa por la disminución de la gravedad de lo que sea en función de la distancia con nosotros. En esos términos, es mucho más gozoso un meme del 11-S que uno del 11-M, y la fórmula aplica al tiempo: los muertos de antaño son risas de hogaño. El célebre axioma de Publio Terencio Africano “soy un hombre y por tanto nada de lo humano me es ajeno” es pues un ejercicio de voluntad y disciplina ciudadana que tiene que vérselas con la risa, indómita y benemérita.

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