Antes pedías cita al médico, te la daban e ibas el día y la hora acordados. Pero de golpe apareció una novedad: antes del día fijado, desde el consultorio se ponen en contacto contigo por vía telemática para recordarte que tienes cita. No todos los médicos lo hacen. Algunos aún consideran que eres una persona de palabra y que, por lo tanto, estarás en la consulta a la hora fijada. Mi médico de cabecera, por ejemplo, es de este tipo.
Pero luego están los que no se fían y te envían un mensaje para confirmarla. Se entiende por qué lo hacen. Porque algunos pacientes deben olvidarse. Mi psiquiatra es de estos. Antes de la cita te envía un e-mail para recordártela. Ningún problema con un e-mail. Lo lees y pasas a otra cosa. El oftalmólogo hace lo mismo, además de un SMS. Ningún problema tampoco. El cardiólogo no recuerdo qué hacía. Se murió hace quince años –de un ataque al corazón, por cierto– y, aunque hace lustros que debería revisar mi situación cardiológica, aún tengo que buscar sustituto.
Mi cardiólogo se murió hace quince años; de un ataque al corazón, por cierto
La odontóloga es de otra pasta. Te da cita el día tal a tal hora. Indefectiblemente, el día antes, mientras trabajas, su ayudante llama de forma extemporánea. Las primeras veces me sorprendía:
–Pero si ya hemos quedado.
–Es para recordárselo.
–Lo tengo en la agenda.
Así cada vez. Hasta que he decidido ser yo quien llame. Cada vez que tengo cita con ella, el día antes a primera hora marco su teléfono y, tras decirle mi nombre, añado:
–Le llamo para recordarle que mañana a las 10 tengo cita con la doctora. Es para asegurarme de que no se ha olvidado.
–¡No, no, claro!
–Entonces quedamos mañana a las 10 en la consulta.
–Sí, sí...
No creo que ni con eso entienda que es una muestra de desconsideración, de menosprecio, llamar cuando no toca a alguien con quien tienes una cita, presuponiendo que es un informal que quizá se la salte sin avisar.