Tenía tiempo hasta enero del 2025, pero el primer ministro británico, Rishi Sunak, ha decidido no prolongar más la agonía. Su anuncio de convocar elecciones generales para el próximo 4 de julio acaba con la incertidumbre que existía sobre la fecha de la cita con las urnas, ya que el otro interrogante, el de quién ganará, parece estar despejado desde hace tiempo.
Todas las encuestas indican una victoria por goleada de los laboristas, aunque tampoco se observa por ellos un entusiasmo masivo. Desde hace más de un año los sondeos otorgan al Labour hasta 20 puntos de ventaja sobre los conservadores. En esta tesitura, cualquier momento parecía malo para la convocatoria electoral. Sunak ha decidido hacerla ahora agarrándose a un último clavo ardiendo, el de la mejora de la economía y las deportaciones de inmigrantes a Ruanda. El premier confirmó ayer que los vuelos con migrantes irregulares empezarán después de los comicios e instó a los votantes a que le respalden para poder ejecutar esa medida.
El premier británico se agarra a una mejoría de la economía para evitar una debacle en las urnas
La última baza que Sunak puede jugar es el descenso de la inflación, que el pasado abril fue del 2,3%, el nivel más bajo en casi tres años, así como unas mejores perspectivas de crecimiento económico para este año y la salida, hace unas semanas, de la recesión. El premier utiliza estos datos favorables para lanzar un órdago electoral al líder laborista, Keir Starmer, un político poco carismático que ha revisado metódicamente el laborismo centrando sus políticas económicas.
La gran incógnita es si estos argumentos bastan para que Sunak convenza al electorado de que su plan económico está funcionando y merece confianza. La mayoría de parlamentarios tories eran partidarios de retrasar la convocatoria a otoño para dar más tiempo a la recuperación económica y restablecerse de la debacle de las últimas elecciones municipales.
Sunak venderá en la campaña estabilidad y orden, y azuzará en el electorado conservador el miedo a la izquierda, pero lo cierto es que la mayoría de los británicos están descontentos con el Gobierno tory por su mala gestión de la economía, de la sanidad pública, del Brexit y de la inmigración. El declive del país es un hecho y el premier sigue siendo muy impopular. Algunos sondeos predicen una derrota conservadora en la Cámara de los Comunes igual o superior a la que los tories sufrieron en 1997 frente a Tony Blair.
Sin embargo, el escenario no está del todo definido por el elevado número de indecisos y el poco entusiasmo que Starmer despierta incluso entre los laboristas. Sunak también confía en que la convulsa situación internacional lleve a los británicos a apostar por la seguridad que representan los conservadores.
Mientras, el eslogan laborista se resume en una palabra: cambio. El Labour argumenta que el plan del Gobierno ya no sirve y que es hora de algo nuevo. El balance de 14 años de gobiernos conservadores no es bueno y explica la situación actual. Tras dimitir David Cameron por perder el referéndum del Brexit y ser sucedido por Theresa May, el Reino Unido vivió una tragicomedia en tres actos. El primero, Boris Johnson, con su arrogancia y sus escándalos durante la pandemia; el segundo, Liz Truss, la premier más efímera –seis semanas– por su incendiario experimento de bajar impuestos en plena crisis de inflación, y el tercero, Rishi Sunak. Todo ello sin que hubiera elecciones, pasteleado por los diputados y los militantes del Partido Conservador.
Sunak confía en que una campaña astuta genere un cambio espectacular en la intención de voto de una ciudadanía muy decepcionada y desencantada con la gestión gubernamental. Tiene seis semanas para tratar de revertir 20 puntos de desventaja, a priori una montaña demasiado alta. Una derrota conservadora ha llegado a asumir un aire de inevitabilidad. Por eso, si las encuestas no fallan, el laborismo volverá al poder 14 años después. Y si los sondeos se equivocan, será una de las mayores sorpresas en la historia política del Reino Unido.