Sabemos desde hace unos años que la tensión política no es pasajera, sino sistémica. Las líneas rojas son violadas una y otra vez. Cada nuevo capítulo empeora el anterior. Nuestra vida colectiva se hunde entre gritos y disputas en un pozo sin fondo. Nos hemos acostumbrado a entender la democracia no como un ágora donde los conflictos pueden hablarse y es conveniente negociar, sino como la guerra por otros medios. Batallas de propaganda, conflictos institucionales, el Estado divido en trincheras, engaños y trampas como formas de relación habitual. Parece obvio: no saldremos de esta. La retórica de cada bando es cada día más inflexible e intransigente. Lo pienso una vez más, viendo la nueva munición que los sectores judiciales (juez, fiscales, previsiblemente el Tribunal Supremo) han ideado para bombardear las recetas que el Gobierno de Pedro Sánchez había previsto para apagar completamente las brasas del procés.
Ciertamente, a esta amnistía se le ve el plumero. Se le puede aplicar lo de la mujer del César: quizá sea una estrategia honrada, pero no lo parece. Sí, vale, es una estrategia de Estado (pacificación definitiva, reintegración del nacionalismo catalán en la política española). Pero es el resultado de una necesidad táctica del PSOE: gobernar.
La judicatura blande una espada tan excepcional como la amnistía: ¡terrorismo!
Que los diputados obtenidos por PP y Vox fueran insuficientes no significa que el PSOE tenga fuerza para imponer una medida tan excepcional como la amnistía. Asociar las necesidades tácticas del PSOE a un planteamiento estratégico es quizás una demostración más de la capacidad de resistencia de Sánchez, pero es evidente que no cuenta en España con el consenso necesario.
Las manifestaciones de la calle Ferraz fueron el aperitivo. Como ya ocurrió en el 2017, ahora el poder judicial ha tomado la dirección de los supuestos intereses de Estado y de la trinchera antagónica a Sánchez. El PP, Vox y los medios de la capital han calentado el ambiente. Ahora jueces y fiscales entran en la batalla política con sus indiscutibles carros de combate. La alta judicatura contraataca con una receta tan excepcional como la amnistía: pretende convertir el procés en un movimiento terrorista.
Se dice, en ambientes judiciales, que la alta judicatura se sentía humillada por los logros de Carles Puigdemont en Europa. Al parecer, no le perdonan el atrevimiento. La posibilidad de que el esfuerzo internacional de Puigdemont fuese sellado en España con una ley de Amnistía ha provocado entre los fiscales y la alta judicatura una verdadera revuelta. Da igual si queda banalizada la tragedia de los caídos por terrorismo (muertos, heridos, familias). Da igual. La batalla política judicializa por segunda vez el mismo problema. Un problema que, por lo tanto, sigue siendo irresoluble.
No sirve de consuelo, pero sí de contexto, constatar que en todo el mundo ocurre lo mismo. La conflictividad interna, agudizada por la polarización que las redes sociales fortalecen, tiende a aumentar peligrosamente. Sucede con mayor intensidad, si cabe, en Estados Unidos: la reelección de Trump depende también de los jueces que serán, por consiguiente, arte y parte. Vemos, mientras tanto, cómo los verdaderos problemas se cronifican. Todo se deteriora (sequía, sanidad, educación, agricultura, etcétera). La barca en la que navegamos tiene un enorme agujero. Deberíamos estar achicando agua. Preferimos dedicarnos a molernos unos a otros con los remos. La barca se hunde mientras arden las trincheras.