La declaración ayer de un superviviente del accidente aéreo de los Andes sorprendió al presentador de un programa de Cuatro. ¿Acaso la práctica de rugby no había sido determinante en su salvación? “Sí, claro, por lo del espíritu de equipo”, respondió el primero en el día en que La sociedad de la nieve de Juan Antonio Bayona fue nominada al Oscar a mejor película internacional. Acto seguido, insistió en que no todos eran jugadores y que lo realmente crucial fue el nivel educativo de aquel grupo de jóvenes: uno tenía conocimientos de medicina, otro de física, geografía o historia. Según él, fueron todos esos saberes los que resultaron fundamentales en la toma de decisiones. Estas palabras seguramente habrían hecho sonreír al recientemente desaparecido Nuccio Ordine, último Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Autor del ensayo La utilidad de lo inútil, fue un defensor de la educación centrada en el “saber”, y no en el “saber hacer”, que traducido al neolenguaje burocrático serían las “competencias”.
Este concepto talismán, el de las competencias, está en el centro de las teorías educativas que ha abrazado el Ministerio de Educación y ha convertido en ley de forma acrítica. Pero seamos claros: a nadie le sorprendieron demasiado los resultados del informe PISA. Las reacciones de los responsables gubernamentales a nivel autonómico y nacional, así como de las correspondientes oposiciones, también fueron predecibles: silencio acompañado de la creación apresurada de comisiones de expertos para hallar recetas milagrosas de efecto rápido, así como el consabido reparto de acusaciones. La educación ha sido un arma arrojadiza desde la transición. El presidente del Gobierno también entró al trapo y anunció una repentina lluvia de millones de euros en un acto durante la precampaña gallega, como si con ello fuera a conseguir que de la nada afloraran matemáticos cuya vocación por las aulas fuera a alejarlos del sector privado, mejor remunerado. No faltó la condescendencia de Sánchez al publicitar un plan de refuerzo en matemáticas y comprensión lectora por ser asignaturas “duras de roer”.
La aversión de la clase política a someter la educación a un debate profundo y plural tiene su reflejo en el último barómetro del CIS, que sitúa la educación en el puesto 13 de la lista de principales problemas en España para los encuestados. Solo hay que fijarse en la maraña de las sucesivas reformas educativas, cada una encubriendo los fracasos de la anterior, que han tenido que sortear tanto profesores como alumnos. Si echo la vista atrás, desde que empecé la EGB hasta que obtuve el Curso de Aptitud Pedagógica, cuento unas seis, de la Logse a la LOCE, y desde entonces ha habido tres más.
Para los españoles, la educación se sitúa en el puesto 13 de la lista de principales problemas
Hago estas reflexiones después de leer una entrevista a Kristina Kallas, la ministra de Educación de Estonia, la “nueva Finlandia” en las pruebas PISA. Lo envidiable de este pequeño país báltico no son los recursos de los que dispone, limitados, sino la claridad de ideas, que combina principios básicos consensuados con una apuesta por programas de digitalización (aunque no tecnocrédula). Estonia, además, partía con serias desventajas: tener como lengua vehicular un idioma minoritario, la reconstrucción de su sistema educativo tras la caída de la Unión Soviética o, recientemente, la incorporación de un 5% de alumnos ucranianos refugiados. Con todo, han conseguido que las diferencias socioeconómicas no determinen el rendimiento de sus alumnos. Ante la tentación de imitarlos, Kallas se muestra categórica: “El contexto histórico de cada sistema educativo desempeña un papel importante”. En su caso, “las escuelas forman el núcleo en torno al cual se desarrollan las comunidades”, por lo que refuerzan la autonomía de los centros. Su ministerio “respalda”, en lugar de “controlar”. Lo único exportable, según ella, es la capacitación de las escuelas y el profesorado.
Si incomoda el lugar que ocupa España (y Catalunya) en la clasificación de una organización internacional con su propia agenda, es porque la calidad del sistema educativo sirve de espejo, no tanto para los jóvenes y los profesores como para la sociedad en su conjunto. Como señala Andreu Navarra en su libro Prohibido aprender (Anagrama, 2021), “cuando se habla de contenidos a transmitir, el foco ha de estar sobre los adultos, porque la juventud se forma a partir de lo que los adultos consideramos que vale la pena aprender”. Lamentablemente, en España la comprensión lectora llegó a considerarse inútil.