La derecha le ha sacado estos días punta erógena al último lapsus del presidente Sánchez, que en su afirmación reiterada de que “hay que buscar votos debajo de las piedras”, dijo piernas en vez de piedras. El cambio de dos letras fue suficiente para la chirigota posterior de los que se explayan afilando el lápiz político, tanto si pinta de color rojo como de azul. Pensándolo bien, no es tan gorda la confusión entre piedras y piernas. A continuación de las piernas, en cierto modo debajo de, se sitúan los pies y los pies de muchos ciudadanos acostumbran a pisar piedras, terrones, adoquines o lo que haga falta con tal de poder llenar la cesta de la compra.
En plena transición, Adolfo Suárez, que era un tipo con mucho éxito entre las mujeres, por más que él siempre tuviera presente a su legítima, Amparo Illana, dijo, en medio de un discurso, repleto de palabras vehementes y muy bien traídas y llevadas: “Señores diputados, desde esta cama...”. Naturalmente, quería decir “cámara” y enseguida se corrigió. Quizá el cansancio y el sueño acumulado le jugaron una mala pasada y mientras discurseaba deseaba de un modo tan intenso irse a la cama que se trabucó. Lo que no sabemos es si fantaseaba con irse a la cama solo o acompañado. Por aquellos tiempos, muchas mujeres aceptaban de buena gana servir de reposo del guerrero o, por lo menos, coadyuvar a su descanso.
Los lapsus y las erratas con matiz sexual resultan los más suculentos
De todos modos parece que es Biden, entre los políticos actuales, el que más lapsus comete. Algunos han servido a sus enemigos y también a bastantes de sus amigos, para considerar que su ancianidad es la responsable de sus dislates y que de ningún modo puede presentarse a la reelección. Claro que la opción de Trump no es garantía de nada que no sea una auténtica barbaridad tanto de palabra como de obra. De manera que si el imperio está así, no es raro que los satélites europeos anden un tanto averiados.
Tampoco los ciudadanos de a pie nos libramos de los lapsus y menos quienes escribimos en los periódicos, claro que en estos casos solemos llamarlos erratas. Recuerdo a ese respecto una crónica de un conocido periodista, en un no menos importante diario nacional, en la que informaba que una madre impidió que realizaran una transfusión a su hija porque su religión se lo prohibía.
La noticia, que se ha repetido otras veces, traía, no obstante, una variante: se recordaba que la señora en cuestión pertenecía a los Castigos de Jehová. Castigos y no testigos, que sería lo esperable. Naturalmente se trataba de una errata. La letra c había sido confundida con la t y de ahí la equivocación, por la que, a buen seguro, el firmante de la crónica debió de pedir disculpas no fueran a meterle una querella por injurias a los ciudadanos que profesan esa religión.
Hace años, servidora de ustedes trabajaba en una editorial especializada en la venta de enciclopedias por fascículos y le consta que uno de ellos tuvo que ser retirado a toda prisa de los quioscos del país, pocas horas después de ser distribuido, a causa de una errata.
En el artículo dedicado a Saulo de Tarso, uno de los vips más importantes del santoral católico y más conocido por San Pablo, este aparecía como “el apóstol de los genitales” en vez de “los gentiles”, como se le ha venido denominando durante siglos, en una tópica aposición. Quizá la errata fue cometida adrede por un terrorista verbal o por un devoto del santo a cuya intercesión tenía encomendada su virilidad maltrecha. Y es que los lapsus y las erratas con matiz sexual resultan los más suculentos.