Año nuevo, viejas historias
Durante buena parte de mi vida, el cambio de año me llenaba de excitación y esperanza: tenía la impresión de que se podía empezar de cero, borrar todo lo que no me había gustado del año que moría y seguir adelante sin lastre. Es por ello que siempre hacía uno o dos propósitos para el año que comenzaba, convencida de tener una oportunidad de oro para conseguirlos.
De este estado de ánimo solo conservo los propósitos, que me funcionan bastante bien. Por lo que respecta a la expectativa de doce meses por estrenar que permiten borrar los doce precedentes, la edad y la experiencia me han vuelto más escéptica. Y las pruebas las he tenido esta misma semana, cuando me he conectado a la actualidad que la Navidad y el Fin de Año habían dejado en un segundo plano algo difuso. Obviedades del 2024 clavadas a las del 2023: el PP quiere ilegalizar partidos que se camelaba hace unos meses (felicidades, querida Lola García, por la exclusiva) y está convencido aún de que comerse a Vox y sus piñatas y rosarios le servirá para recuperar la Moncloa. La guerra en Ucrania y las represalias israelíes contra Gaza pueden seguir empeorando en crueldad y ceguera aunque parezca imposible. A la presunta víctima de la violación por parte del futbolista Dani Alves le han hecho exactamente como a la de La Manada de Pamplona: exponerla y reprocharle que viva, víctima dos veces. Continúan financiándose y publicándose estudios de la obviedad, como que el sexo puede ayudar a dormir mejor. Ah, y sigue sin llover, para desesperación de todos.
La guerra en Ucrania y la de Gaza pueden seguir empeorando en crueldad y ceguera
Será porque el cambio de año, como las fronteras entre países, son solo una fantasía, un invento humano con el que intentar dominar el tiempo y el espacio. Pero como convención, nos permite soñar durante unos días en que podremos conseguir dejar de fumar, aprender inglés, bajar de peso o escribir un libro. O ganar unas elecciones, una guerra o la batalla por las ideas en la vida paralela a la real que pasa en internet. Yo, que he aprendido con los años el arte de la modestia, me he propuesto sencillamente ordenar las fotos familiares y leer al menos la mitad de los libros que tengo pendientes. Dentro de un año, ya les contaré cómo me ha ido.