Mientras las familias madrileñas se rompen por las algaradas en sus calles (¿no, verdad?), he huido por si acaso a un país sin gobierno (bueno, también en funciones, pero sin ningún futuro), Portugal, donde la ciudad norteña de Braga celebra –bajo una suave lluvia que estimula la lectura– un nuevo y estimulante festival literario, Utopia. La cena del viernes congregó en una mesa a primeras espadas de la literatura y el pensamiento internacional, de la rusa Liudmila Ulítskaya al francés Gilles Lipovetsky o el británico David Mitchell, entre otros, que dialogaron con los autores portugueses e invitados varios en un clima de confianza.
Sin traicionar ninguna confidencialidad, puede decirse que los peninsulares fuimos todos preguntados por la convulsa situación política de nuestras respectivas zonas. Por momentos, frente a las mil maneras de cocinar el bacalao que exhibían nuestros platos, nos sentimos en una especie de civilizado consejo de sabios, lejos de la crispación. Si hubiera que resumir en un acta el sentir general, digamos que por ahí fuera la proclamación de independencia unilateral catalana se considera una auténtica barbaridad, pero que, asimismo –y los había que habían vivido el conflicto de Irlanda–, se saluda con simpatía la idea de una amnistía que pueda servir de elemento reconciliador. El sector francófilo, eso sí, no entendía por qué los grandes partidos españoles no excluían a la extrema derecha del reparto de poder, y a eso sí que no supimos responder bien.
En aquella mesa bracarense se discrepaba con respeto y sentido del humor. El humor puede salvarnos y hacernos ver cosas muy serias. Yo mismo, contemplando los vídeos de jóvenes manifestantes en Madrid que expresan su apoyo y cariño a la policía antes de que esta les disperse con contundencia, no puedo evitar sonreírme y pensar, como apunta un tuitero, que para qué necesitamos a Monty Python existiendo la realidad.