El desorden establecido

Lo importante no es tener razón, lo que importa es ganar, ha sentenciado estos días ante sus fieles Xavier Antich, evidentemente no como filósofo, sino como activista. Uno escucha los discursos independentistas en boga y queda acreditado que ya no queda ni rastro de la exigencia ética que justificó el movimiento durante la década pasada. Porque, aunque seguramente íbamos preñados de un cierto elitismo, los catalanistas de entonces nos creíamos moralmente superiores a nuestros adversarios por honestidad, y sobre todo porque justificábamos nuestro patriotismo tan solo por el propósito de garantizar un futuro mejor para nuestros conciudadanos.

Épica, ética y estética, envidió Pérez Rubalcaba del movimiento soberanista de aquellos años. Épica fue la cadena humana que unió El Pertús con Les Cases d’Alcanar, en el 2013, como estético fue el carácter jovial, intergeneracional y plural de sus manifestantes. Porque las comparaciones son odiosas, me ahorraré la descripción ni tan siquiera estética de lo visto estos días.

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Juan Carlos Hidalgo / Efe

Y es que un pragmatismo y sectarismo agónicos parecen impregnar la estrategia de todos los partidos, gobernantes o en la oposición, a la hora de defender su propia agenda, al margen del interés general. El panorama es tan dantesco que incluso las buenas noticias, que las hay, dejan un mal sabor de boca al ciudadano de buena fe.

Así, el anuncio de Francina Armengol de que esta va a ser la legislatura de la incorporación del plurilingüismo en el Congreso solo puede ser saludado con alegría por los que estamos convencidos de que la diversidad es un valor, no un problema. Pero al españolito que vino al mundo seguramente más pronto que tarde le vendrán a la memoria el sinfín de excusas y negativas que apenas hace unos meses personas reputadas, solventes y nada sospechosas de uniformistas esgrimieron para impedir su implementación. Pienso en Meritxell Batet o, incluso en Ana Pastor, en la legislatura anterior. Apenas hace unos meses, el reglamento del Congreso era tajante e inflexible. Ahora, que la necesidad apremia, en cuestión de días el tema ha sido encauzado. Lamentable.

No hay pedagogía, ni ánimo de convencer; tan solo impúdico comercio de votos, ánimo de vencer

Lo mismo pasó con los indultos y todo parece indicar que lo mismo podría pasar con la posible amnistía para el resto de los implicados del procés . Poco importa la razonabilidad de las medidas que se acuerden y menos aún su justificación ética. Si este fuera el propósito, se podría argumentar que el propio presidente de la Sala Segunda de lo Penal del Supremo, don Manuel Marchena, en su sentencia sobre los acusados por el procés dejó claro que su deber era buscar la verdad judicial, tan cierto como que la política tenía que haber sido capaz de evitar que aquellos hechos llegaran a los tribunales. Aun así, me temo que ningún ciudadano de a pie va a ser invitado a reflexionar sobre la bondad de las medidas que se negocien y que previsiblemente se acaben tomando. No hay pedagogía, ni ánimo alguno de convencer. Tan solo impúdico comercio de votos, ánimo de vencer.

La historia no se repite, pero a veces rima. Demasiadas similitudes entre la degradación de la democracia liberal de hace un siglo y la nuestra deberían invitar a nuestros servidores públicos, no a renunciar a sus legítimas ambiciones y aspiraciones de cambio, pero sí a ser mucho más respetuosos con el marco institucional que sustenta nuestra convivencia. Porque una democracia es poder echar a los que te gobiernan, pero también es respetar el Estado de derecho. Porque los excesos del capitalismo, individualismo y materialismo de los felices años veinte del siglo pasado acabaron con la quiebra absoluta de la sociedad, la economía y las instituciones liberales de la época, desbordadas por los cantos de sirena fascista, nazi, comunista o, como pasó en España, simplemente ­autoritarios. Países como Francia también sucumbieron al descrédito de sus parlamentos y partidos, aunque voces como las de Mounier, Maulnier o Robert Aron ya advirtieron que no todo vale en la lucha partidista o para el libre mercado.

Aquí y ahora, aparentemente despojados de intelectuales y políticos de su altura, solo podemos confiar en la reflexión serena de la buena gente. Porque quizás lo único que importe sea ganar, sí, pero esto solo es correcto cuando, como en su día creyeron Lincoln, Kennedy o Churchill, se está convencido de defender una gran causa. Con todos mis respetos… ¡no es el caso!

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