El club de los escritores de cartas

El club de los escritores de cartas

Dos amigos han empezado a enviarse cartas a mano y en papel. No se sabe por qué. Misterio. Podrían no ser los únicos, esta clase de brote se contagia. A la que te descuidas se forma un club. El caso es que estos tipos lo han decidido de mutuo acuerdo y ahí están, deslizando bolis, manipulando sobres, chupando sellos. ¿O ya no se chupan ni sellos ni sobres, a causa de la evolución mundial del adhesivo y el desarrollo higiénico? ¿Nunca? Una lástima. Recuerdo lejanamente aquel lametazo encantador, medio sucio, el sabor amargo del pegamento en la lengua. Tampoco se trata de tener nostalgia de cualquier cosa (que el paso del tiempo no acabe siendo una acumulación de nostalgias, un armario con demasiados cajones de calcetines, como dijo no sé quién).

Thoughtful woman writing letter at desk, (B&W)

 

George Marks / iStock

Mis dos amigos andan a lo suyo, entre buzones callejeros. Se plantan delante de uno (amarillo en unos territorios, rojo en otros), con dos dedos introducen el sobrecito por la ranura, y confían en la humanidad. Manos desconocidas, sacos, motos, ni idea, camiones o trenes, aviones, quién sabe si barcos, transportarán la cosa. No es relevante que el amigo esté en otro país o en la calle de enfrente: es una nueva forma de comunicación.

Supongo que el remitente, antes de sentarse a escribir, decide lo que quiere contar

Pienso en ellos al abrir mi correo electrónico; borro, leo, adjunto, respondo, envío, borro, abro, envío y así. Luego no recuerdo nada. ¿Hay alguien ahí? Comida basura, me digo. Imagino a estos amigos con el boli en la mano. Supongo que el remitente, antes de sentarse a escribir, decide lo que quiere contar. Da unas vueltas por la casa, piensa unos minutos seguidos. Luego escoge algunas palabras dentro de su cráneo, y no en la pantalla, con un esfuerzo vanguardista, para no andar tachando demasiado; una carta con un par de tachones tiene misterio, pero tampoco hay que pasarse. No sé si después les dolerá la cabeza. O la mano, con la tensión del boli y la letra desentrenada.

El problema es que ahora uno de ellos me ha enviado una carta a mí. No sé qué le ha hecho pensar que voy a entrar en su club. Cuando la encuentro en mi buzón, me quedo a cuadros. Casi tengo que apartar telarañas del cajetín. Dos páginas de reflexiones personales. Su letra alargada y sinuosa dibuja frases que se quedan grabadas en mi mente. Pasa una semana y las recuerdo. Ando dándole vueltas a la idea de contestar.

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