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Señorías del futuro

La diputada más joven del Congreso, Ada Santana Aguilera, del PSOE, cumplió 25 años en abril. Nació en 1998, en la fase aún incipiente de la histeria del cambio de milenio. Es el año en que murió Frank Sinatra, que se fundó Google y que se comercializó la Viagra. También es el año en el que nació Aitana Bonmatí y Titanic cosechó once Oscars. Santana pertenece a una generación castigada por las etiquetas banales. Y como nunca se acuerdan de si son millennials o de la generación Z, consultan el móvil. El móvil sí es una seña de identidad intergeneracional. La prueba es que el Congreso ofrece la posibilidad a sus señorías de facilitarles un móvil y una tableta (dicen que Pedro Sánchez ha declinado el ofrecimiento).

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CHEMA MOYA/EFE

El paisaje político en el que ha crecido Santana no es una balsa de aceite. Los atentados del 11-S (2001), los de Madrid (2004), la Gran Recesión (2008), el movimiento 15-M (2011), las mociones de censura, la fugaz declaración de independencia de Catalunya –y los daños colaterales que sigue arrastrando– y un mercado del alquiler que amputa la posibilidad de emancipación de los jóvenes. Lo que se está negociando en el Congreso tiene mucho que ver con esta secuencia. Además, la institución debe asimilar la emergencia de un partido como Vox y la desaparición de organizaciones que, cuando Santana era una adolescente, iban a comerse el mundo.

Ada Santana pertenece a una generación castigada por las etiquetas banales

El Congreso también ha perdido el gusto por la oratoria, devaluada por una crispación tertuliana que ha encontrado en las redes el instrumento idóneo para alimentar la estridencia y el narcisismo. 

¿Qué no ha cambiado? Que cuando un diputado sube a la tribuna para hacer una intervención, sigue apareciendo, con sigilosa educación, un ujier uniformado que le lleva un vaso de agua. Igual que en tantas profesiones, algún máster en recursos humanos ya debe de estar calculando cuánto nos ahorraríamos si sustituyéramos a los ujieres humanos por robots. 

Es una amenaza que afecta a muchos oficios. No tanto al oficio de diputado, porque, aunque parezca mentira, Ada Santana y sus 349 compañeros tienen la capacidad de legislar para que eso no ocurra y, si aciertan, para mejorar y cambiar lo que no funciona.

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