Los verbívoros tenemos fama de mirar las cosas del derecho y del revés. El sábado estuve de tour santjordiesco en la librería La Gralla de Granollers y leí el nombre del revés: Allarga’l (alárgalo). Es un bifronte, como Roma y Amor. La simetría nos fascina. Serrat la practicó juguetón en el disco Serrat/Tarrés. También hay mensajes ocultos que revelan prejuicios, producto de la ignorancia. Hay profesionales del naming que cobran mucho para que un nombre comercial no genere rechazo. Algunos de los casos más llamativos se dan en marcas de automóvil, como el Nissan Moco, el Volkswagen Jetta o el Mitsubishi Pajero, que en países del dominio lingüístico hispano mutó en Montero.
Su tono malsonante también hizo cambiar el nombre del Mazda Laputa, bautizado así en honor a la isla voladora de Swift, y a la inversa el Seat Málaga se transformó en Gredos en Grecia porque en griego malaka es un insulto no ajeno a la fijación masturbatoria. En cambio, por Galicia siguen circulando Hyundais Kona (y algún viejo Opel Ascona). Los ejecutivos ignoran y/o menosprecian el idioma gallego, lo que provoca sabrosas coñas porque en gallego kona significa coño.
Por Galicia aún circulan Hyundais Kona (y algún viejo Opel Ascona)
En ocasiones las analogías pueden parecer rebuscadas (aislar el inicio de los dispositivos Analtech), hasta que un contexto determinado subraya el doble sentido (gestionan backdoors y tienen una gran penetración en el mercado). En un ascensor me entero de que la empresa Thyssen Krupp, una de las grandes marcas del sector, cambia de nombre y opta por las iniciales de Thyssen Krupp Elevators. Mientras el ascensor en cuestión asciende, oigo como una oficinista graciosa lee con (presunto) acento andaluz un cartel adherido junto a la botonera: “ThyssenKrupp ahora es TKE”. “Te-ca-e”, repite meándose de risa.
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