Lunes de Pascua. Se acaban la Semana Santa y sus vacaciones, que han devuelto el turismo a la normalidad prepandémica. Y, como cada 10 de abril, también es San Ezequiel, el profeta del Antiguo Testamento que advirtió de la destrucción inminente de Jerusalén y la restauración de Israel. Venerado en el judaísmo, el cristianismo, el islam y el bahaísmo, a nosotros también nos gusta ser profetas, si no como San Ezequiel, casi. Porque encaramos el invierno temiéndonos lo peor, decíamos que iba a ser durísimo (inflación, energía por las nubes…) y ahora vaticinamos una primavera y un verano complicados (añadamos a lo anterior el alza de los tipos de interés, la sequía...). Parece que nos hubiéramos vuelto adictos a vivir angustiados, con miedo, comulgando con lo que explicó a su posteridad Thomas Mann: “Sabemos que la idea del futuro como un mundo mejor era una falacia de la doctrina del progreso”.
Sí, las catástrofes existen, pero no siempre suceden, ni mucho menos todas las que nos llegamos a imaginar. No vivamos con angustia, miedo o terror. Si acaso, con respeto. Como no lo hizo Pierre Marie Jean-Batiste Mairesse-Lebrun, oficial de la caballería francesa, aristócrata, jinete olímpico...Y también el prisionero más elegante de Colditz, la inexpugnable fortaleza nazi, de la que tenía claro que se iba a fugar. Lo intentó una vez, pero fracasó y dio con sus huesos en la celda de aislamiento. Cada día la abandonaba escoltado por cinco vigilantes para hacer ejercicio junto a otros compañeros. Uno de esos días logró escapar saltando la valla del recinto y corriendo en zigzag para esquivar las balas de sus guardianes. Llegó al muro que le separaba de la libertad y lo trepó mientras los centinelas alemanes, a setenta metros, recargaban sus armas, relata Ben Macintyre en Los prisioneros de Colditz (Crítica).
En su celda había dejado su equipaje y una nota: “Si lo consigo, les agradecería que me hicieran llegar mis pertenencias personales (…) ¡Que Dios me asista!”. Le asistió y, en un gesto de cortesía sin precedentes, los alemanes le enviaron sus pertenencias a su casa en Orange.