La segunda muerte de Montesquieu

No sé si Pedro Sánchez cree en las leyes del karma. Un tipo con tanta baraka como él tal vez no necesite creer en nada más que en su estampa y su ego. Por otro lado, la política suministra tanta adrenalina al líder que cualquier tentación de trascendencia puede ser aniquilada por eso que llamamos el vértigo de la sala de mando. En todo caso, si las leyes del karma operan –y lo hacen atravesando océanos de tiempo, que diría el conde Drácula–, estoy convencido de que en la Moncloa han tenido presente estos días al gran Alfonso Guerra, que en sus tiempos de gloria soltó una frase célebre, que muchos recordamos: “Montesquieu ha muerto”.

Si bien el interesado sostiene que se trata de una leyenda y de una atribución incierta, no estará de más recordar que corría el año 1985 cuando el PSOE reformó la Ley del Poder Judicial, aprovechando que disfrutaba de mayoría parlamentaria. Esas jactancias guerristas de antaño han devenido disgustos de hogaño: El Gabinete de Sánchez y el PSOE han comprobado que el actual Tribunal Supremo cree más en el gobierno de los jueces que en la separación de poderes, al cuestionar su reciente reforma penal y dejar sin efecto los cambios relativos al delito de malversación. Montesquieu ha vuelto a fallecer, cual zombi inasequible al desaliento. Donde las dan, las toman, diría el castizo.

Así se han sentado los líderes independentistas en el juicio del 'procés'

 

LV

La interlocutoria emitida el lunes por el Supremo sobre Oriol Junqueras, Jordi Turull y el resto de condenados del procés es, además de un gol en la puerta del Ejecutivo de coalición, un gol a la desjudicialización del conflicto catalán. El “cuanto peor, mejor” proviene, esta vez, de algunos lugares donde debería imperar la ponderación y eso que algunos identificamos con el sentido de Estado. Según la terminología muy gráfica de Raimon Obiols, los empeoradores del procés le han marcado un triple al equipo de los mejoradores. 

Manuel Marchena ha sido jaleado como un campeón en los medios de la derecha, porque la resolución del Supremo expresa el desacuerdo con el poder legislativo y le advierte severamente, como haría un padre autoritario con un hijo mayor de edad que no sigue las costumbres del hogar familiar.

Los magistrados del Supremo no dan valor alguno –no lo hicieron tampoco durante el juicio– a las palabras del ministro Montoro, que aseguró reiteradamente que no se había gastado ni un céntimo de la Generalitat en el referéndum ilegal del 1-O; el dirigente popular fue muy claro al respecto: “Yo no sé con qué dinero se pagaron esas urnas de los chinos, ni la manutención de Puigdemont, pero sé que no con dinero público”. Si algo no cuadra con el relato judicial, se tira a la basura, aunque provenga de un hombre tan poco sospechoso de separatista como quien fue ministro de Hacienda en los gobiernos de Aznar y de Rajoy.

La división de los partidos independentistas complica cualquier respuesta unitaria y masiva

El gol del Supremo lo es también en la puerta de ERC y de su apuesta por el diálogo. El mensaje del empeorador con toga podría reavivar un procés que hemos visto finalizar ante nuestros ojos, a causa del 155, de la pandemia y de la crisis provocada por la invasión rusa de Ucrania. Pero los partidos independentistas andan divididos, algo que complica cualquier respuesta unitaria y masiva. Además, las cercanas elecciones municipales crean una dinámica especial que parece postergar el frente de la calle. Lo comprobamos a raíz de la discreta concentración de protesta de los partidos y entidades independentistas contra la cumbre hispano-francesa.

¿Se puede asentar el camino de la política en estas condiciones? El politólogo Lluís Orriols ha publicado un libro muy oportuno titulado Democracia de trincheras (Península). En este ensayo, el profesor de la Universidad Carlos III subraya que, a la luz de algunas encuestas del CIS y del CEO, “los catalanes se encuentran en la cola del ranking de simpatías” para el resto de españoles. Orriols lo resume así: “El grado de simpatía que despiertan los catalanes es más propio de un país extranjero que de una comunidad autónoma; en eso, los catalanes sí se parecen a un Estado independiente”. Y añade un dato que explica muchas cosas: “El rechazo que generan los catalanes entre los españoles es mayor que el que generan los españoles entre los catalanes”, una asimetría que se mantiene incluso teniendo en cuenta que “entre los catalanes cuya lengua es el catalán entonces el rechazo [a los españoles] aumenta considerablemente”. El Supremo sabe muy bien cómo lograr el aplauso fácil.

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