El pesebre… ¡en casa!

El pesebre… ¡en casa!

Alas puertas de la Navidad, Alba Vergés, vicepresidenta en funciones de presidenta del Parlament, decidió retirar el pesebre del palacio de la Ciutadella, una medida que al parecer disgustó profundamente a la presidenta suspendida, Laura Borràs, quien justamente el año pasado lo había implantado. En paralelo, y para mi sorpresa, por primera vez desde que Ada Colau preside el Consistorio, estas Navidades el siempre particular pesebre en la plaza Sant Jaume no ha sido objeto de especial controversia, y tanto católicos como laicistas parece que por fin se han resignado a las extravagancias pesebriles de su alcaldesa, unos reconfortados ya que como ­mínimo mantienen su presencia, otros consolados justificando que al fin y al cabo lo del Niño Jesús, los reyes, la mula y el buey no son sino una propuesta cultural más, heredada de nuestros ancestros y que las diversas generaciones vamos versionando.

Ante la discusión parlamentaria, un hombre inteligente, culto y tolerante como Francesc Torralba ha sentido la necesidad de salir en defensa de la exhibición de pesebres en espacios públicos porque, según ha explicado, “el pesebre, como concepto, es ya un fenómeno cultural que forma parte de la cultura catalana”. Lógicamente, su argumentación ha sido aplaudida por la Federació Catalana de Pessebristes y por el resto de los católicos militantes, siempre atentos a este tipo de reyertas culturales.

foto XAVIER CERVERA 16/12/2022 mapping del belen audiovisual sobre la fachada del ajuntament barcelona ,en plaça sant jaume con ciudadanos haciendose selfies con su telf mobil

 

Xavier Cervera

Con la audacia que es propia de un hombre ponderado y cristiano liberal como Torralba, el filósofo ha recordado con sorna que nuestro calendario festivo también es prisionero de sus orígenes cristianos y no por ello se le ocurre a nadie dejar de festejar el día de Navidad, la Semana Santa o el día de Todos los Santos. ¡Otra cosa es cómo!

Sin que siente precedente, van a permitirme ustedes que desenfunde mi espada en favor de las tesis republicanas. Y puestos a ser indiscreto con uno mismo, disculpen que también les confiese que, durante todas las semanas de adviento, y hasta la Candelaria, el salón de mi casa estará presidido por un pesebre, que cada año monto por tradición y por fe. Pero una cosa es lo que yo pueda o quiera hacer en el ámbito privado de mi vida –con quien me acuesto, qué confesión religiosa practico o dejo de practicar o si cuelgo una bandera nacional el día de la Hispanidad o para la Diada– y otra bien distinta es lo que debe hacer la Administración, en un Estado democrático social y de derecho, que se confiesa plural y, en lo religioso, aconfesional.

Que el cristianismo ha tenido y tiene un gran peso en la configuración de la historia y de la identidad catalanas es tan cierto como que nuestra Constitución y nuestro Estatuto exigen preservar la más absoluta de las neutralidades institucionales. A pesar de ello, aún recuerdo la bochornosa marca de un crucifijo en la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, cuando fui juzgado por desobediente. 

Como de mis tiempos de alcalde de Figueres recuerdo cuando unos jóvenes nacidos en la ciudad pero de padres marroquíes y musulmanes me afearon que autorizara la presencia de un pesebre en el porche consistorial. Con este criterio, me dijeron, cuando llegue nuestra fiesta del Cordero o cuando necesitemos de un pabellón polideportivo durante el Ramadán, el Ayuntamiento solo podrá corresponder solidariamente. Mirado con perspectiva, creo que estos chicos tenían razón.

Los espacios públicos por definición deben ser neutrales y agradables a todos

El argumento de la tradición es tramposo, pues también en los pueblos de antaño era costumbre perseguir y descabezar patos en el mar, tirar cabras por el campanario o humillar a los maridos cornudos o a las viudas
que se atrevían a contraer segundas nupcias y hoy todo eso nos parece un disparate. Lo que ayer nos parecía
una fiesta y una expresión más de cultura popular hoy es visto como una barbaridad im­propia de una sociedad civilizada.

Un pesebre simboliza la esperanza de millones de ciudadanos de que Jesús va a iluminar y justificar sus vidas. Pero esta convicción, como ser gay o ser indepe, insisto, no puede apropiarse de los espacios públicos, que por definición deben ser neutrales y agradables a todos. Entre otras cosas, porque como le afeó Prat de la Riba a Torras i Bages cuando este afirmó que Catalunya sería cristiana o no sería, el obispo había errado, aunque solo fuera por la omisión de un pronombre, pues lo único que resultaba evidente es que “Catalunya sería cristiana, o no lo sería”.

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