Fragmentación

Fragmentación

En todos los países europeos, la política se caracteriza por la fragmentación creciente. No quiere decir que los grandes partidos clásicos desaparezcan. En Inglaterra, en Escandinavia, en Alemania, en Portugal y en España la socialdemocracia y los conservadores se mantienen como actores clave. En España, el PSOE ha envejecido bien. Con altibajos, a sus 142 años sigue estando presente en todo el territorio. Y el PP también, aunque con las importantes excepciones de Catalunya y Euskadi. Solo en Francia e Italia desaparecieron los dos grandes partidos, y lo mismo sucedió con los socialistas en Grecia. La consecuencia es que todo gobierno es necesariamente en coalición o minoritario. Y a veces minoritario en coalición.

Banderas en Madrid por la Indepencia de Cataluña

 

Dani Duch

Quien dice coalición entre diferentes fuerzas políticas dice negociación continua y versatilidad de las alianzas. Porque si una opción fagocita a la otra se pierde el atra­c­tivo de la diversidad. A eso hay que acostumbrarse, como se han acostumbrado, por ejemplo, daneses, belgas y holandeses. No es necesariamente una tendencia negativa porque las mayorías absolutas pueden perju­dicar a la democracia. Pero requiere un nuevo tipo de política y de políticas, aleja­das del dogmatismo y la intransigencia, evolucionando con la sociedad. Porque la fragmentación política, como argumenté en mi libro Ruptura, donde documento el fin del bipartidismo, es la expresión de la frag­men­tación de las sociedades, cada vez más diver­sas y más escépticas hacia ideologías inmutables. Por eso, cuando no hay op­ciones atractivas, la tendencia es a refu­giarse en la identidad propia, local, terri­torial, cultural, histórica, en lo conocido. Que puede ser nacio­nal como en el caso de Catalunya o Euskadi, pero también en el caso­ de España, donde la raíz de la extrema derecha y de la derecha extrema es el na­cionalismo español. Mezclado, frecuentemente, con racismo, sexismo y xenofobia.

Las sociedades son cada vez más diver­sas y más escépticas hacia ideologías inmutables

Ante el pavor que las élites económicas y políticas sienten al vacío, resurge la tentación de la gran coalición. O sea, la política de siempre, con los actores tradicionales prietas las filas para resistir al cambio. Dicha reac­ción es autodestructiva porque al no dejar entrar en la política el aire que se respira en la sociedad deslegitima al conjunto del sistema y en último término a la democracia. O sea, que no hay otra que entenderse dentro de parámetros razonables de convergencia, sin alianzas contra natura (en términos de intereses sociales o ideologías políticas) que alimentan el cinismo de la ciudadanía. Pero, eso sí, a sabiendas de que no son matrimonios, ni siquiera de conveniencia, sino arreglos mientras duren por su capacidad de servir los intereses de los consortes arrejuntados por necesidad. Y con separaciones civilizadas cuando haga falta. Sin nunca decir nunca, sabiendo volver, volver.

Con esta política no se paraliza el cambio. Porque las fuentes de los cambios profundos están en los movimientos sociales que luego se filtran en las instituciones. Por eso no puede haber permanencia política, sino inestabilidad estable.

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