Agua y aceite

Agua y aceite

E l otro día repasaba con mi hijo la lección de física y química para su examen. Las mezclas son un tipo de materia formado por la unión de dos o más elementos. Puede haberlas homogéneas, donde no se pueden distinguir los elementos a simple vista, véase la leche o la masa de un bizcocho; o heterogéneas, donde sí se diferencian los distintos componentes. Como cuando mezclas agua y aceite. El comentario obvio –que soporté con la exasperación latente que arrastramos todas las madres de adolescente–, “no entiendo por qué les llaman mezclas si nada pega con nada”.

Y aunque me abstuve, estuve a punto de responderle que esta mezcla heterogénea de agua y aceite, de densidades diferenciadas, de fondo y superficie, incluida la fugaz ilusión del compuesto homogéneo cuando se remueve la cucharilla con mucha energía, es el mejor proxy que tengo para definir el mundo que nos rodea.

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SCOTT OLSON / AFP

No sé si a ustedes les pasa lo mismo, pero a mí me cuesta interpretar las señales que nos ayuden a traducir el momento político global tras la pandemia. Señales mezcladas, confusas.

Dada la correlación casi perfecta entre autoritarismo y mala gestión de la covid, tiendo a pensar que estamos inaugurando el tiempo de los moderados. Adiós Trumps, Bolsonaros, Maduros. Las manifestaciones en Polonia, la caída de diez puntos de Le Pen, la victoria de Scholz (que era el más parecido a Merkel), la de Jonas Gahr en Noruega, el hecho de que estemos sin titulares constantes de la Italia de Draghi o que en España aceptemos no solo el amortiguador inteligente de los ERTE, en lugar de las insoportables cifras de paro, sino también negociando por segunda vez unos presupuestos anuales después de que los de Montoro duraran cuatro años, son todo señales para un cierto optimismo. Menos hiperventilación, más moderación. Menos extremismo, más centralidad. Menos guerra ­cultural, más ciencia. Menos polarización identitaria, más gobernabilidad.

La mezcla heterogénea de densidades diferenciadas define el mundo que nos rodea

Pasar de los hombres de negro a los NextGen o el extraordinario paquete fiscal de la Administración Biden son ejemplos que parecen afirmar la inauguración del llamado materialismo progresista, donde las energías se centren en entender que la interdependencia global se sustente en una idea compuesta de sostenibilidad: económica, social y medioambiental.

Sin embargo, veo también señales opuestas por doquier. Y no me refiero a aquello que acapara titulares y es, en efecto, importante, sea el precio de la luz o el desastre de Afganistán. Me refiero a algo más parecido al aceite, que tapona y no deja fluir el agua. Pongan en una ecuación Taiwán y el Aukus y sigan esperanzados en Europa y el multilateralismo, parecerán naifs. Hablen de economía sin distinguir entre lo que es recuperar la actividad y crecimiento, frustrarán expectativas. Lean prensa americana y estarán no solo preocupados por las dificultades de ­Biden y Harris (sí, sobre todo de Harris), también porque el trumpismo acapara hoy todo el espectro republicano. Esperen a que le de­vuelvan las redes a Trump, será ya muy tarde. En el atasco, despotriquen con una media sonrisa de la vuelta a la normalidad, pero recuerden que nuestros sanitarios siguen en las mismas condiciones y la salud mental desatendida y ya desaparecida del debate, aunque tozudamente presente.

Como a mi hijo, me confunde la mezcla. No sé cuánto aceite va a flotar en el agua. Sí sé que será mucho si no se acompaña de un tiempo de exigencia en lugar de la complacencia que ­observo, por muy humana y comprensible que sea. Por muy cansados que lleguemos tras lo ­vivido.

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