No sucede cada día que el presidente del Gobierno español comparezca junto a la primera ministra de la República de Lituania y tenga que declarar que “un chuletón al punto es imbatible”, después del lío que le había formado Alberto Garzón, ministro de Consumo y especialista en meterse en jardines. Me imagino a su anfitriona, Ingrida Simonyte, preguntándole a Pedro Sánchez al acabar la conferencia de prensa si deseaba que cambiará el salmón de la comida oficial por un entrecot.
España vive en la polémica política. Y cuando no la hay, alguien se la inventa. A menudo, sin que intervenga la oposición. Ciertamente, Garzón no tiene la agenda muy apretada –antes su ministerio era una secretaria general– y esta vez no se le ocurrió otra cosa que grabar un vídeo en que acusaba a la ganadería de provocar el 14,5% de los gases del efecto invernadero, advirtiendo que para obtener un kilo de vaca se requieren 15.000 litros de agua. Y se preguntaba: “¿Qué pensaríais si os dijera que el consumo excesivo de carne perjudica a nuestra salud y a nuestro planeta?”. Al minuto siguiente de colgar el vídeo se le echaron encima desde el titular de Agricultura, Luis Planas, hasta un montón de presidentes autonómicos, así como las organizaciones ganaderas y los sindicatos agrarios. Estos le recordaron que el sector aporta dos millones de empleos, el 2,3% del PIB y 9.000 millones a las exportaciones. Y que resulta “un modelo de transición hacia la economía circular y la neutralidad climática”. Garzón acabó el día convertido en un steak tartar y con la sensación de que puede ser devorado en la próxima remodelación del Gobierno. Nadie pareció recordar que lo que manifestó figuraba en el plan España 2050, presentado recientemente por el propio presidente.
Sánchez tuvo que defender el chuletón en su visita a Lituania para desautorizar al ministro
La respuesta de Sánchez en Lituania tuvo su gracia: sin decir gran cosa, se le entendió todo. También podía haber citado a Homer Simpson cuando en un capítulo pide en el restaurante el filete más grande que tengan. “¿Y de beber?”, le pregunta el camarero. Homer responde: “Albóndigas”.