‘Sofagate’ en Ankara

‘Sofagate’ en Ankara

El embajador Jorge Dezcallar escribió que en la vida (y en su profesión) había hecho suya la máxima de las Meditaciones de Marco Aurelio, que dice: “Si pruebas un pepino amargo, tíralo, si hay zarzas en el camino, evítalas. Basta con eso, no te preguntes por qué existen cosas así en el mundo”. Es un buen consejo para los diplomáticos, el único problema es cuando alguien ve como uno tira el pepino que le han ofrecido o tropieza con unas zarzas decorativas. Es un poco lo que le ocurrió a Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, a quien el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, relegó a un sofá lateral, mientras él y Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, ocupaban sus sillas en el centro del salón. Fue una desconsideración, sobre todo porque la imagen fue distribuida por las agencias internacionales.

La escena se produjo el martes en Ankara, donde la UE intentaba plan­tear una oferta de diálogo y cooperación más estrecha, pero sujeta a condiciones y con un estrecho control. En los pasillos de Bruselas se habla del sofagate y los portavoces de los principales grupos europeos han respondido con dureza ante lo que se considera un triple desprecio: a la geopolítica, a la diplomacia y a la igualdad de género. Von der Leyen no quiso resaltar en público el incidente y prefirió dar prioridad a la sustancia de la reunión antes que a su protocolo. Como recomendaba Marco Aurelio hace diecinueve siglos. Turquía es un aliado incómodo para la UE, pues no respeta los derechos humanos y mantiene la tensión en el Mediterráneo Oriental, pero a la vez resulta un socio indispensable en materia de seguridad y control de la inmigración.

Erdogan despreció la geopolítica, la diplomacia y la igualdad de género

La UE pasará de puntillas sobre este asunto haciendo caso a la máxima de André Maurois: “Para la diplomacia, una cuestión aplazada ya está resuelta”. Pero la diplomacia exige personalidades fuertes y gestos audaces. Churchill escribió que tras la II Guerra Mundial supo hacerse un espacio en las negociaciones “entre un enorme oso ruso y un gran elefante americano”, pero fue por su imposición más que por el peso del Reino Unido. Sabía marcar el territorio. En una ocasión, puso en fila a los generales Brooke, Montgomery, Simpson y demás jefes ante la línea Sigfrido e hizo ir a un fotógrafo para inmortalizar el momento. A continuación, se desabrochó la bragueta para orinar encima de las defensas de Hitler y lo mismo hicieron sus colegas. Hoy sería impensable un acto así. Casi tan impensable como silbar tras el desprecio de Ankara.

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