Catalanes, estamos en decadencia

Catalanes, estamos en decadencia

Es difícil determinar cuándo un país entra en decadencia, ya que los humanos tenemos tendencia a prestar más atención a las malas noticias que a las buenas, y a menudo pensamos que un país está decayendo, aunque no sea el caso. Así, se dijo que EE.UU. estaba en decadencia en los ochenta, cuando Japón supuestamente iba a asumir el liderazgo mundial, con el ascenso de China y con la presidencia de Trump. Pero la realidad es que EE.UU. es la cuna de empresas tan transformadoras como Netflix, Facebook, Amazon, Instagram, Apple y Airbnb, y acapara, año tras año, los premios Nobel. Confusiones en este ámbito son frecuentes: hasta los griegos, en sus años más esplendorosos, con Pericles, Sócrates y Fidias, recordaban el supuesto pasado homérico con la duda de si eran dignos herederos de sus antepasados.

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Senyera en la Plaça Sant Jaume 

Propias

Pero los falsos decadentes no nos deben confundir. Hay sociedades que paran de avanzar y pasan a dar vueltas sobre sí mismas hasta desfallecer. Por ejemplo, la familia británica de este articulista se despertó un día en los años setenta y descubrió que ya no eran un imperio, Yoko Ono había acabado con los Beatles, fabricaban productos horribles, comían pasteles de riñones y sus gobiernos eran incapaces de cambiar la dinámica existente. Estaban en decadencia. Hoy, en Catalunya, visto lo ocurrido los últimos tiempos, ¿se puede decir que los catalanes somos una sociedad en decadencia, o simplemente estamos bajos de azúcar?

Es un fenómeno local: el resto de España y Europa no están tan divididos o paralizados

Por desgracia, se puede constatar que en ­Catalunya hoy un acto político es, demasiado a menudo, una proclamación, una petición, una denuncia o una aspiración, pero no una creación, una implementación o una transformación. Las exigencias son verbales; los actos,­­ ­tácticos, y existe una desconexión entre lo que se quiere hacer, se sabe hacer y se puede hacer.

Somos una sociedad claramente dividida entre independentistas y no independentistas, lo pudimos constatar en el Pacto Antikomintern contra Illa y en la negativa de Illa a gobernar con ellos. Administrativamente se convive con un ánimo de inevitabilidad y se cree que todo depende de fuerzas galácticas con sede en Madrid. Demasiados líderes recurren a viejas fórmulas fallidas, estigmatizan la ley, son ocotitos, banalizan la libertad de expresión, infantilizan el papel de la policía y abusan de los pleonasmos. Hay exceso de condescendencia con las exigencias más exageradas. Se promueve, con honradas excepciones, a quien no asume riesgos, con lo que ¿qué aspirante a político en su sano juicio asumiría uno? Hay un gravísimo problema de legitimidad institucional; si criticamos implacablemente a nuestras instituciones sin tener un remplazo consensuado, ¿cómo gobernar? Hay días que viendo las calles de Barcelona uno recuerda la cita de Shakespeare de “el infierno está vacío y todos los demonios están aquí”.

Esto es un fenómeno reciente: hace más de 20 años existían grandes consensos y capacidad de mejora, así se creó un buen sistema sanitario, se transformaron ciudades y hubo un largo periodo de prosperidad. También es un fenómeno local: el resto de España y Europa no están tan divididos, paralizados o sumergidos en interminables debates de existencialismo angustiado.

Catalanes, no nos falta azúcar. No, por desgracia se puede decir que estamos entrando en la resbaladiza pendiente de la decadencia.

No todo son malas noticias, claro. En Catalunya hay un sector emprendedor pujante, grandes empresas, fundaciones ejemplares, profesionales que brillan, alcaldes responsables, medio mundo quiere visitarnos durante las vacaciones, la clase media aguanta y nadie está contento con el estado de las cosas. Con ­esto, no nos deprimamos: las decadencias, a diferencia de las desgracias, nunca son inevitables. Rechacemos la impotencia, apartemos a los inoperantes, ignoremos a los farsantes, respetemos al que hace cosas, respaldemos a la policía, fomentemos el orden y, por lo más sagrado, seamos serios.

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