El ejemplar desarrollo de las recientes elecciones catalanas sugiere algunas reflexiones:
1) Aunque apenas haya sido destacado, debe subrayarse el impecable desarrollo de las elecciones, que ha constituido un éxito del sistema democrático: los colegios electorales han funcionado con normalidad absoluta en unas circunstancias muy difíciles impuestas por la pandemia, y tras unas vacilaciones erráticas del Govern de la Generalitat. Lo que revela una vez más que, en este momento de Catalunya, los ciudadanos tienen más sentido de la responsabilidad que sus dirigentes. Cierto que ha habido una gran abstención, pero esta –no mucho mayor que la de algunos comicios autonómicos anteriores al subidón del procés – ha sido provocada en buena parte por el hastío y el repudio acumulados en largos años de soportar un trajín político desnortado y de ínfima catadura.
Seguiremos malbaratando el presente en aras de un incierto futuro no deseado por todos
2) Catalunya está dividida en dos mitades. Acepto con gusto la sugerencia –que me hizo recientemente Jordi Amat– de decir dividida en lugar de fracturada : parece como si, al hablar así, se dejase más abierta la posibilidad de tender puentes. Pero, se diga como se diga, la realidad es la misma: la existencia de dos bloques enrocados en sus respectivas trincheras, que están sentimentalmente distanciados, socialmente escindidos y políticamente enfrentados. Una realidad lacerante en la que algunos políticos indecentes y ciertos ganapanes sin escrúpulos hurgan para obtener réditos. El pacto de exclusión del PSC anterior a las elecciones es buena prueba de una voluntad cainita que ciega el entendimiento, pervierte la voluntad y hace imposible la concordia.
3) El procesismo unilateralista está en suspenso, pero el independentismo goza de buena salud. Entiendo por procesismo unilateralista la acción dirigida a alcanzar la independencia de Catalunya mediante un golpe de Estado perpetrado desde las instituciones (es decir, desde la Generalitat). El fracaso del intento del 2017 ha provocado el abandono transitorio de este propósito, al estimarlo inviable por ahora. En cambio, el independentismo permanece incólume en su mundo, dividido también en dos grandes bandos acerbamente enfrentados: el que apoya al héroe y el que sigue al mesías , con modesta ventaja de este en la reciente consulta. De ahí que todo intento de dar por muerto o en estado comatoso al independentismo sea más que una estupidez: es un radical error.
4) El triunfo en votos del Partido Socialista y el ocaso temporal del procesismo unilateralista (puesto de relieve por la estrecha victoria de Esquerra sobre JxCat) son, pese a la permanencia de un independentismo inasequible al desaliento, la gran novedad de estas elecciones, que permite apuntar, no sin un fuerte grado de voluntarismo, que algo se empieza a mover en Catalunya, aunque aún esté lejos la salida del túnel.
5) Tras las elecciones, solo existen dos opciones reales: a) La continuista . Una coalición de Esquerra, JxCat y la CUP: supondría, con toda certeza, más de lo mismo, es decir, impotencia política, barullo social y decadencia económica. b) La posibilista . Una coalición de Esquerra y los comunes con el apoyo de los socialistas desde fuera del gobierno: sería tal vez un primer paso para salir del laberinto. Pero no existe la más mínima oportunidad de que esta opción posibilista cristalice. Haría falta un coraje y una capacidad de asumir riesgos que no existen. ¿Por qué? Porque los depositarios del tarro de las esencias patrias y de los textos sagrados ya han vetado esta opción como un delito de lesa patria. Ellos, los conductores del pueblo a través del desierto, han señalado la ruta que seguir: la unión de los fieles, que ha de llevarnos a todos, llegado el momento, a la independencia. Y, mientras tanto, seguiremos como hemos estado en los últimos tiempos: malbaratando el presente en aras de un incierto futuro no deseado por todos. Con la esperanza, eso sí, de que mientras tanto caerá el maná que nunca falta a los que tienen fe.
6) Tampoco es imposible que las dos grandes facciones independentistas (Esquerra y JxCat) lleven sus diferencias hasta la ruptura. Ahora bien, si hay que convocar nuevas elecciones, el fracaso sería tan inaceptable que deberían exigirse responsabilidades políticas a los padres de la patria capaces de llevar hasta el extremo su sectarismo. Porque se puede perdonar a los políticos su torpeza, su escasez de talento e, incluso, su falta de coraje, pero les son imperdonables el egoísmo, la soberbia y el dogmatismo.