Lo que importa

Lo que importa

Lo que importa es la pobreza, el agua, el cambio climático, la democracia, la justicia, los derechos humanos, el envejecimiento, la igualdad de género, la infancia, la sostenibilidad, la migración, los refugiados y la salud. Lo que importa son las cuestiones tecnológicas, la robótica, la inteligencia artificial, la gestión de los datos, la seguridad en la red, el comercio electrónico, el impacto del 5G. Sumemos además lo que importa al ámbito político, cuestiones como el Brexit, el futuro de la Unión Europea, las elecciones autonómicas catalanas, los presupuestos del Estado, la renovación del poder judicial, la situación de los “presos políticos”, la Covid-19, las relaciones entre Catalunya y España, la gestión sanitaria, la vacuna, la crisis económica o cómo vencer a los populismos de derecha o izquierda. Incorporemos aquellos aspectos que importan porque afectan concretamente a Barcelona, como el debate sobre el urbanismo táctico, la movilidad, la seguridad ciudadana, las tarifas del transporte público y la vivienda. La lista de lo que importa se puede extender a otras cuestiones que impactan aún más directamente en el día a día del ciudadano, como el paro, la sanidad, la vivienda, la desigualdad social, la seguridad, la educación, la ­situación de las residencias o cómo afrontar la crisis económica. Todas estas cuestiones llegan diariamente al ciudadano para implicarlo en todo tipo de causas y preocupaciones que ocupan su tiempo y no le permiten escuchar ni sus pensamientos. Esta ingente suma de objetivos planetarios, tecnológicos, médicos, locales y económicos ha logrado trivializar lo importante.

Todos los días, desde que un ciudadano se levanta hasta que se acuesta, recibe información sobre lo que debe importarle y lo que no. Es un proceso de persuasión tan intenso y constante que se asemeja a aquellas sociedades totalitarias en las que se impone a las personas lo que deben pensar. Se podría argumentar que es el horror al vacío existencial, uno de los rasgos más característicos de la cultura occidental. Este vacío existencial lleva a los ciudadanos a implicarse emocionalmente en todo tipo de causas porque su conciencia les marca que deben hacerlo por solidaridad y sensibilidad social. Sin embargo, son las instituciones públicas, los colectivos sociales, las organizaciones y la opinión pública los que determinan lo que debe importar al individuo. El objetivo es inundar a los ciudadanos con una inmensa carga de causas y responsabilidades que les lleva a olvidar lo que realmente les importa a ellos. Al enumerar ese abigarramiento de cuestiones importantes, uno tiene la impresión de que su existencia es afortunada, más de lo que realmente es. La estrategia de que la sociedad debe tomar conciencia de todos los retos, peligros e incertezas que le acechan está provocando que la gente se olvide de sus intereses individuales y de sus motivaciones más íntimas. Cada día está consagrado a una causa que nos recuerda los errores cometidos. Cada día se consagra a una causa por la que debemos luchar para mejorar el mundo, pero no hay un solo día sin una causa para que podamos escuchar y reivindicar las causas particulares que no pueden expresarse públicamente.

Los ciudadanos deberán vacunarse también del contagio de considerar importante lo que no lo es

La cuestión es que es tan grande el cúmulo de causas institucionales que hay que afrontar que sobrepasan la capacidad de una persona para acometerlas. Los ciudadanos han olvidado percibir como algo propio el hecho de crecer y de envejecer, así como sus aspiraciones, deseos, sus ansias de felicidad, su egoísmo y las razones íntimas por las que se movilizan para cambiar su mundo. Si nos preguntamos qué es lo que realmente importa, observaremos que son las injusticias a un amigo, la pérdida del paisaje en el que una vez caminamos como niños, lograr que nada ni nadie nos apremie con sus tribulaciones, disfrutar la sensación de perdernos en los pensamientos y dejar que estos nos gobiernen. Es el cariño de los hijos a los padres y el de estos a los suyos. Lo que se descubre es que la salud importa, la calidad de vida importa y el tiempo al que dedicamos tanto esfuerzo para perderlo en causas ajenas, que siempre decepcionan, también importa. Importan muchas cosas que las instituciones no han llegado ni a percibir como importantes como son la tolerancia, el deseo de superación, la privacidad, el respeto a que todo el mundo tenga un huerto y cultive en él las plantas más exóticas e inútiles. Importa que no se esté todo el día imponiendo a la gente lo que debe considerarse importante. Ahora que faltan dos días para acabar el año y uno tiene la sensación de que no acabará de irse definitivamente, es el momento de volver a revindicar que lo que realmente importa debe ser definido, no desde arriba, sino desde abajo. Son las personas las que importan. Las instituciones pretenden concienciar a las personas a conseguir metas que no se establecen más que para entretener a la sociedad y evitar que advierta lo que realmente importa. Si se quiere recuperar una cierta norma­lidad para empezar a dejar atrás al tirano de la Covid-19, que sigue presente apoderándose del espacio, el tiempo, las distancias, los rostros, las actitudes e incluso la respiración, los ciudadanos deberán vacunarse también del contagio de considerar importante lo que no lo es y priorizar por fin defender sus legítimos intereses.

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