Pero ¿esto qué es?

Pero ¿esto qué es?

Los siempre educados y progresistas europeos no hemos llegado a comprender en ningún momento cómo fue po­sible en su día la victoria electoral de Donald Trump. ¡Todo un caver­nícola en la Casa Blanca! En el confort de nuestras casas de la Cerdanya o del Empordà tampoco hemos sido capaces de dilucidar ni un solo instante cómo un ciudadano moderno y culto ha podido votar en Italia a Salvini; en Francia, a Le Pen, o en España, a Vox. Hace pocos días, John Carlin, en uno de sus siempre brillantes y estimulantes artículos, en esta ocasión es­crito en los confines de la América profunda, nos brindaba una respuesta interesante: Trump ha sido en todo momento el enemigo de la corrección política, entendida como la incapacidad de decir la verdad sobre lo que es ­obvio.

Y lo que es obvio es que la mayoría de la gente lo está pasando muy mal y nuestros gobernantes parecen estar en la luna. Me temo que en España, también en Catalu­nya, hace ya demasiado tiempo que vivimos instalados en un gran despropósito buenista, propio de la progresía más pija. Porque resulta francamente inmoral que mientras nuestra clase política –recuérdese que Norberto Bobbio dejó claro que por clase política debemos entender políticos y también periodistas– se sube el sueldo sin escrúpulos y asiste a cenas de gala y otros eventos frívolos sin rubor, miles de ciudadanos contemplan, frustrados, como estos mismos gobernantes ordenan el cierre de sus negocios, de sus bares y restaurantes, de sus salones de belleza y gimnasios, sin que les tiemble el pulso y sin ninguna evidencia científica que lo justifique. ¿Cómo pueden mirar a los ojos a los ciudadanos a los que envían a la miseria, tomando decisiones a ciegas, simplemente por querer aparentar sensibilidad y eficacia en la lucha contra la pandemia? Más grave resulta todavía, si cabe, la insensibilidad de la política catalana con respecto a la cultura y el ocio nocturno. Después del cínico compromiso de reconocerlos como bien esencial, a las primeras de cambio se ordena el cierre fulminante de cines, teatros y salas de conciertos. ¡Y tan panchos! Todo ello compatible, para más inri, con mantener abiertas las iglesias y los estadios de fútbol. ¡Si es que hay que joderse!

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Enric Fontcuberta / EFE

EFE

La mayoría de la gente lo está pasando muy mal y nuestros gobernantes parecen estar en la luna

Como si la cosa no fuera con ellos, en plena recesión económica y crisis social Pedro Sánchez y Pablo Iglesias presumen de tramitar un presupuesto “de izquierdas”, obviamente más estético que real, que alardea de subir los impuestos a 36.000 trabajadores ciertamente con rentas altas, pero finalmente asalariados; y que aprieta el acelerador del gasto, del déficit y de la deuda con un descuadre de más de 80.000 millones de euros. ¡Y que Dios reparta suerte a sus sucesores! Comprometidos con la lucha contra la pandemia y decididos a aparentar rigor, estos angelitos no dudan en suspender las libertades civiles más fundamentales, en decretar toques de queda y estados de alarma de seis meses y, ¡olé por tus bemoles!, ni se dignan a comparecer ante el Congreso para defender la bondad de las medidas adoptadas. Si tan solo hace unos meses asistir quincenalmente al Parlamento a revalidar la confianza de la Cámara era un indicador de calidad democrática, ahora se ve que hacerlo un par de veces al año va a resultar más que suficiente. Van a perdonar mi cabreo, señores lectores, pero en mi pueblo a eso se le llama ¡autoritarismo democrático! Dicho esto, hay que reconocer que tampoco es que el comportamiento de la derecha sea especialmente balsámico para el alma. Oír como la presidenta de la Comunidad de Madrid presume de que va a inaugurar un nuevo hospital sin médicos tiene su guasa. Me recuerda aquel episodio de la mítica serie británica Sí, ministro en la que sir Humphrey y su jefe convenían que la única manera de tener un hospital eficiente y digno de elogio era inaugurarlo sin titubear y una vez puesto en marcha asegurarse de que en ningún caso recibiría enfermos. Tan solo por rematar el despropósito... señálese que afear a socialistas y podemitas que como no bajan el IVA de las compresas y los tampones queda acreditado que son enemigos de las muje- res también resulta bastante deprimente. Es como para montarse con Torra en su nuevo satélite e irse al espacio a contar ovejas. O como para volver a la escuela con el conseller de Ensenyament y ponerse a estudiar el islam.

Así las cosas, al menos a los que residimos en Barcelona, siempre nos quedará el consuelo de constatar que, según ha infor­mado la alcaldesa Colau, por fin nuestra querida ciudad es un vergel y reserva de la biodiversidad, con más de 500 especies de animales y más de mil variedades de ár­boles y plantas. Ya que, por lo que parece, estamos decididos a hacer de los humanos una especie en extinción, al menos que lo disfruten los murciélagos, erizos, mariposas y demás nuevos residentes, por lo que se cuenta, encantados de la vida con el cierre de la actividad económica y social de los que en su día fueron cono­cidos como Homo sapiens sapiens . Pero ¿esto qué es?

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