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Latinoamericanizar Barcelona

OPINIÓN

El próximo fin de semana Barcelona será andina, ríoplatense, caribeña y quién sabe si hasta tropical. Durante el viernes y el sábado la librería Lata Peinada acogerá su primer Festival de Literatura Latinoamericana, para hacer visible una de las dimensiones más vibrantes y cosmopolitas de la cultura de esta ciudad. Escritores de la otra orilla que ya hace años que decidieron vivir y crear aquí –como el mexicano Juan Pablo Villalobos, el peruano Santiago Roncagliolo o los argentinos Ana Basualdo y Matías Néspolo– dialogarán con Jorge Herralde y otros representantes de editoriales que defienden la presencia de libros latinoamericanos en nuestras librerías como Candaya, Las afueras o Trampa.

No me extraña que Lata Peinada esté en un pasaje (enmascarado, el Carrer de La Verge) en pleno barrio del Raval, porque a 350 metros se encuentra el pasaje hermano donde vivió Roberto Bolaño. No tiene nombre, pero sí una placa que lo recuerda en el número 45 de la calle Tallers, al lado del Cèntric de sus cafés con leche y frente a la papelería Llenas, donde el futuro autor de Los detectives salvajes compraba sus míticos cuadernos Miquel Rius.

El escritor y traductor Marcelo Cohen escribió en varias ocasiones sobre el pasaje de Manufactures o Industria

Digo que no me extraña porque, en la hemeroteca virtualmente infinita de este mismo diario, durante el proceso de documentación de Barcelona. Libro de los pasajes, me encontré con varios rastros de escritores latinoamericanos en esos callejones periféricos y galerías fantasmales. Durante su largo paréntesis vital en esta ciudad –por ejemplo– el escritor y traductor Marcelo Cohen escribió en varias ocasiones sobre el pasaje de Manufactures o Industria, tal vez porque su subsconsciente veía en aquellas escaleras y aquellos locales clausurados ecos de la Galerie Vivienne de París, que en el cuento El otro cielo de Julio Cortázar se une metafísicamente con el Pasaje Güemes de Buenos Aires.

Gracias a los escritores latinoamericanos que han escogido esta ciudad como hogar durante los últimos sesenta años; a proyectos privados como Lata Peinada e institucionales como Casa Amèrica Catalunya; a las asignaturas de literatura iberoamericana que han impartido profesoras como Nora Catelli, Dunia Gras o Beatriz Ferrús; a las exposiciones que el CCCB y el MACBA han dedicado a Bolaño, Osvaldo Lamborghini u Oscar Masotta; al mapa de la Ciudad de Literatura de la UNESCO; al empeño arqueológico de Xavi Ayén sobre la ciudad del Boom o al Festival Gabo; a revistas hechas a pulmón como Pliego Suelto; a proyectos editoriales tan modestos como el de la editorial Comba o Kriller71 y tan ambiciosos como el Mapa de las Lenguas de Literatura Random House; y a tantos otros esfuerzos individuales, pequeños, medianos o gigantes no hemos perdido algunas de las razones por las que Barcelona puede seguir diciendo que es –además del gran centro de operaciones de la literatura en catalán o una metrópolis conectada con el arte y la cultura europeos– la capital editorial de la lengua española.

Es fundamental que los jóvenes latinoamericanos que vienen a probar suerte sientan que existe una atmósfera cultural con memoria

Si la piel y la musculatura y el esqueleto de esa industria son capas y capas de negociaciones, procesos técnicos, cantidades y ventas; el sistema nervioso lo constituyen –en cambio– las calidades y los afectos. En su visita del mes pasado, la escritora mexicana Valeria Luiselli evocó el tiempo formativo que pasó en Barcelona y declaró que sus amigos del alma todavía viven aquí. Es fundamental para el futuro que los jóvenes latinoamericanos que vienen a cursar estudios de posgrado o a probar suerte –o a ambas cosas– sientan que existe una atmósfera cultural con memoria. Y amable. Entre tantas otras, una Barcelona latinoamericana.

En un contexto urbano en que se han normalizado todas las gastronomías y todos los acentos y todas las músicas, pese a la gran cantidad de escritores de América Latina que llegaron en los 70 a causa de la mitificación de Carlos Barral y Carmen Balcells, de profesionales e intelectuales del Cono Sur que aterrizaron en la década siguiente escapando del horror, o de los mexicanos y venezolanos que se han instalado durante el siglo XXI, hay que insistir en la latinoamericanización de Barcelona. Porque, aunque sea la ciudad donde Gabriel García Márquez escribió El otoño del patriarca y donde vivieron Rafael Humberto Moreno Durán, Juan Villoro, Guadalupe Nettel o Juan Gabriel Vásquez, la Casa América sigue estando en un entresuelo que lamentablemente no va dejando de ser temporal.

Guayaquil y Medellín comparten con Barcelona el ser la segunda gran ciudad de sus países, el dinamismo económico y la diferencia cultural

Hace un par de semanas visité Guayaquil y Medellín, dos ciudades que en los últimos años se han mirado parcialmente en el espejo de nuestra transformación olímpica. Comparten con Barcelona la condición de ser la segunda gran ciudad de sus países, el dinamismo económico y la diferencia cultural. En la Universidad de las Artes, frente al Malecón que ha convertido en parque la orilla del río Guayas, o en el Parque Biblioteca Belén, nodo de la red cultural que ha impulsado la pacificación de la metrópolis colombiana, comprobé una vez más que la parte más noble de la marca Barcelona se ha diseminado por América Latina.

Ellas se barcelonizan y Barcelona enfatiza su condición latina. Un diálogo de tú a tú, como el que desde hace años sostiene cada mes un grupo de lectores de Medellín con uno de barceloneses que se reúnen en la biblioteca Ignasi Iglésias-Can Fabra de Sant Andreu para conversar sobre la misma lectura. Un viaje de ida y vuelta, un aprendizaje mutuo, un baile de seducción, quién sabe si a ritmo de salsa o de perreo, de Rosalía o de reguetón.

Ellas se barcelonizan y Barcelona enfatiza su condición latina. Un diálogo de tú a tú. Un viaje de ida y vuelta, un aprendizaje mutuo