Cazas de brujas
De acuerdo con el robot que contabiliza cada palabra que Donald Trump dice en Twitter, hasta la fecha se ha quejado en 272 ocasiones de la existencia de una “caza de brujas” contra él. “Una caza de brujas como no ha habido nunca en la historia”, incluso. Si pudieran hablar los veinte hombres y mujeres ahorcadas o lapidados en 1692 en Salem (Massachusetts), los siete que murieron en la prisión o las decenas de personas encarceladas por precaución seguramente no estarían de acuerdo, pero por ahora las únicas brujas (y brujos) que se han quejado por el abuso del término son las afiliadas a la asociación neopagana Firefly House, que en su mayoría son, básicamente, feministas, según han explicado a The Daily Beast . Nos sonará a guasa pero no parece casualidad. Históricamente, las brujas han sido una figura ligada a la resistencia.
Hay más de espectáculo y negocio que de colección en el Museo de las Brujas de Salem pero la historia es sobradamente real y las reflexiones que suscita, muy contemporáneas. Hay que trasladarse a la sociedad profundamente puritana de Salem en el siglo XVII, al mundo de supersticiones y miedos para entender cómo la incapacidad de un médico local para determinar qué mal aquejaba a la hija y una sobrina del reverendo del pueblo acabó enloqueciéndolo de esa manera. Aquello, concluyeron, tenía que ser cosa del diablo.
Se interrogó a las niñas, que dieron nombres a gritos. Estos, a su vez, delataron a muchos más... Más de 150 hombres y mujeres fueron encarcelados, a la espera de juicio. Se formó un tribunal y en junio de 1692 se empezó a dictar sentencias de muerte, la pena prevista para la brujería. El mortal desenlace es la principal diferencia con la caza de brujas que en los años cincuenta el senador Joseph McCarthy lanzó contra los comunistas y tantas vidas arruinó, aunque esta no ha sido la última.
Al final, lo que siempre hay es un miedo, un detonante y un chivo expiatorio, sean los americanos de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial (se los encerró en campos de internamiento tras Pearl Harbour), los ciudadanos que acabaron en las listas negras del Comité de Actividades Antiestadounidenses o los gays cuando surgió el sida. A la salida del museo se pide al visitante que piense en otros ejemplos modernos de cazas de brujas. Los inmigrantes y los musulmanes encabezan la lista de víctimas, en la que también aparece el propio Trump, las armas, las mujeres o el juez Brett Kavanaugh.
Para determinar si una mujer era o no una bruja se la sometía a la prueba del agua, altamente científica; no había respuesta buena
Cuentan que, antaño, para determinar si una mujer era o no una bruja a veces se la sometía a la prueba del agua, altamente científica. Si la tiraban y se hundía como una piedra, no era bruja, pero de poco le servía a la desdichada; la cuerda a la que se las ataba no siempre funcionaba. Si, por el contrario, sabía nadar, no había duda, era una hechicera y merecía morir igualmente. No había respuesta buena para esas mujeres. Hay cosas que no cambian. O sí, aunque cuando deja de haber impunidad para ciertas conductas, algunos se erijan en víctimas y crean que lo que han cambiado son los valores.