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Una Europa malhumorada

El giro espectacular en la política de Grecia es un síntoma de la velocidad en que puede cambiar el estado de ánimo del electorado cuando las promesas hechas en campaña se contradicen radicalmente con las acciones de gobierno una vez en el poder.

La victoria por mayoría absoluta del conservador Kyriakos Mitsotakis al frente de Nueva Democracia no puede interpretarse como la tendencia de la vuelta del bipartidismo en un país que ha sufrido muy severamente las consecuencia de la crisis. La derecha ha ganado porque la izquierda de Alexis Tsipras prometió luchar contra lo que se llamó el austericidio de Angela Merkel para abrazarlo sin matices unos meses después. Tsipras convocó un referéndum en julio del 2015 para saber si los griegos aceptaban el rescate de la deuda, exigido por la comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, la conocida troika. Un 61% votó en contra del rescate.

Pocos días después llegó a un acuerdo con los prestamistas porque no podía sostener el enfrentamiento con la troika. Traicionó a su electorado. Más de 40 diputados le dejaron solo y el ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, el popular economista de izquierdas, abandonó el gobierno. Tsipras quedaba debilitado y convocó elecciones anticipadas, las sextas desde el 2007. Las ganó pero quedó a seis diputados de la mayoría absoluta.

Formó un gobierno como pudo incluyendo a ministros que venían de partidos muy dispares, también de la derecha. Aplicó las recetas pero el país se empobreció, quedó hipotecado y sufrió las consecuencias de políticas atávicas de no respetar el rigor presupuestario, una laxitud inaceptable de la política fiscal y una ausencia del Estado como árbitro de los excesos individuales. Todo venía de lejos.

Tsipras desafió a Europa y acabó siendo su rehén. En las elecciones europeas y municipales del mes de mayo pasado su partido quedó en cuarta posición y al día siguiente convocó elecciones generales. El veredicto de los griegos ha consistido en entregar el país a un político de la saga conservadora de los Mitsotakis que gestione una política que atempere, si es posible, las exigencias de la troika.

Tsipras se plegó a las exigencias de Bruselas por responsabilidad o porque no tenía otra alternativa. Aguantó el tipo, se enfrentó al carácter populista de su propio discurso y el de su partido, paró el golpe de la crisis que fue muy dura en Grecia a partir del 2008 y se metió en el delicado jardín nominalista de Macedonia, que en tiempos de políticas basadas en las emociones resultó electoralmente letal.

EFE

El cambio de rasante en Atenas ha ­eliminado al partido de extrema derecha Aurora Dorada pero ha dado entrada en el Parlamento con nueve diputados al ex­ministro de Finanzas, el rebelde Yanis ­Varufakis, la voz más crispada contra la Europa en la que Angela Merkel dictaba las políticas más severas para defender los intereses alemanes y salvar el euro.

Los rescates afectaron a Grecia, Irlanda, Portugal y Chipre. España estaba en la lista pero Mariano Rajoy se las arregló con las reformas que presentó en el 2013 y se paró el golpe de un rescate inmediato.

Se ha escrito mucho sobre la arbitrariedad de los rescates y sobre el austericidio de Merkel. Europa tenía que salvar el euro y que la precariedad de varios países de la eurozona no se llevara por delante la más importante estructura de cohesión que queda ahora en la Unión. Hay quien sostiene que la fragilidad de esta Europa es la antesala de una nueva y más irreparable crisis. Puede ser. Pero descolgados de Europa las convulsiones podrían ser mayores.

Hemos entrado en una era, decía Tony Judt, de inseguridad económica, física y política. El hecho de que apenas seamos conscientes de ello no es un consuelo si se tiene en cuenta que en 1914 pocos predijeron el completo colapso de su mundo y las catástrofes económicas y políticas que lo siguieron.

Europa vive bajo la sensación de inseguridad y la inseguridad engendra miedo. Y el miedo al cambio, a la decadencia, a los extraños y a un mundo desconocido está corroyendo la confianza y la interdependencia en la que se basan las sociedades civiles.

Europa está malhumorada y cambia de parecer buscando soluciones mágicas a sus complejos problemas pensando que la economía lo resuelve todo. Nos guiamos por las cifras y los números y hemos olvidado, dice Judt, la urgencia de una vuelta a la conversación pública imbuida de ética y de un sentido de la justicia.

Mucha táctica a corto plazo y poca estrategia para alcanzar o conservar el poder. La Unión Europea es frágil, sí, pero a su vez es integradora, comprensiva de las particularidades nacionales, dispuesta a dar respuesta a los problemas más complejos. Pero no acepta los desafíos arbitrarios o imposibles de sus estados miembros o de sus pueblos.