Las viejas colecciones

No tengo espíritu de coleccionista. Más bien me gusta deshacerme de cosas, soltar lastre, quemar antiguallas. Mis únicas excepciones son los libros, mayormente los viejos, y los días –que, al igual que los primeros, van apergaminándose–. Para acumular libros hace falta voluntad y espacio. Para sumar días, a veces se requiere mucha voluntad. Durante las vacaciones, además de la obra u obras que estoy leyendo en ese momento, suelo llevarme a mi café favorito algún libro de poesía. Empecé a hacerlo años atrás, de modo que la práctica se ha convertido ya en tradición.

Hace poco rescaté de mis anaqueles de poesía un título que llevaba casi tres de­cenios desleído en la sombra (no hay ningún rastro de lápiz en sus márgenes): Poesías completas, de Luis Pimentel. Es el primer número de una colección lírica dirigida por Andrés Trapiello, La Veleta, fundada en 1990 en el seno de la editorial Comares, de Granada. Una exquisitez de fondo y forma: cada volumen tiene una portada y una cubierta únicas, amén del exclusivo dibujo de una veleta, firmado siempre por algún maestro del pincel. Por lo demás, la selección es de sombrerazo, y reúne nombres tan eminentes como los de García Lorca, Hardy, Larkin, Panero (el padre: el bueno), Pascoli, Unamuno o Walcott, entre otros. Siempre me han interesado las sutiles razones familiares que se derivan de cualquier colección, principalmente de las de poesía. Pienso, también, en esa hermosa serie –Signos– que puso en circu­lación el malogrado Leopoldo Alas, o en la no menos recomendable Àuria, fundada por mi amigo Àlex Susanna; ambas, igualmente, aparecidas en el albor de los noventa.

Pimentel, poeta escaso y huidizo, tiene cuatro versos que se dirían una definición indirecta del oficio de poeta: “Ahora, un obrero pasa / con un espejo encima de su cabeza. / Él no sabe que se va llevando / el cielo y unas nubes blancas”. Panero, entre decenas de versos admirables, nos dio este: “El alma sueña su propia lejanía”. Pascoli, vertido por el también poeta Miguel d’Ors, nos advierte de que “en el corazón / vuelvo a oír lejanas / palabras de muertos”. Y Pasternak, traducido por Marià Manent y Boyan Marcoff, trazó esta sublime imagen de un chaparrón veraniego: “Piafaba cerca del umbral la lluvia, / oliendo a corcho, a vino”. Viejas colecciones recuperadas: imperecedera palabra poética, soledad sonora.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...