Si hablamos de verano, de playas y de calas recónditas, lo primero que nos viene a la mente es la Costa Brava, con sus famosos recovecos rodeados de pinos. Pero lo que muchas personas desconocen es que en la Costa Daurada también hay numerosas calas, con el mismo encanto que las primeras. La única diferencia es que aquí el azul del mar tiene esas tonalidades doradas que dan el nombre a este pedazo de costa, en vez del azul oscuro, casi negro, del mar de la Costa Brava.
Una de las rutas más bonitas y a la vez asequibles es la que recorre el trazado entre el castillo de Tamarit y la ciudad de Tarragona. Es un fragmento del camino de ronda, una de esas rutas históricas que se abrieron en el transcurso de los siglos para comunicar los pueblos costeros y ayudar a la defensa común.
Cañas de río, patos y dunas
El camino de ronda sale de la playa de Altafulla, una larga franja de arena prácticamente virgen, ya que allí se encuentra la desembocadura del Gaià, espacio natural protegido y en el que, por tanto, en vez de apartamentos y chiringuitos, se encuentran cañas del río, conchas de mar y patos compartiendo las dunas con gaviotas.
La vida civilizada de Altafulla es la del antiguo barrio de pescadores del pueblo (que se alza arriba de la colina, con su imponente castillo). Esta franja de antiguas barracas de pescadores ahora ocupadas por apartamentos turísticos es un lugar con mucho encanto, ideal para cargar pilas antes de empezar a caminar.
El castillo de Tamarit es de propiedad privada, pero se puede admirar el interior de la capilla asistiendo a la misa del domingo
La playa de Altafulla acaba en el castillo de Tamarit, donde se levanta también un gran camping. Es de propiedad privada pero se puede admirar el interior de la capilla asistiendo a la misa del domingo. Este pequeño oratorio ha acogido bodas de diversos famosos, entre otros, el del futbolista Andrés Iniesta.
Enclave románico y romántico
Este enclave está documentado por primera vez en la segunda mitad del siglo XI. La necesidad de defenderse de las incursiones piratas hizo que se construyera una torre de vigilancia a la que luego se fueron sumando estancias hasta el siglo XIV, como la iglesia parroquial, la abadía y las casas de los señores, los Claramunt. Las calles de alrededor formaban un pequeño conjunto conocido como el Raval. Todo el conjunto se protegía con una muralla.
Mientras trabajaba en la restauración, en el castillo se alojó el pintor modernista Ramon Casas, que dormía en una habitación con una ventana desde la que se veía toda la playa de Altafulla, hasta el faro. Es fácil imaginar cómo le llegaba la inspiración para pintar sus cuadros.
Las primeras calas son enclaves donde los acantilados han sufrido una gran erosión
Camino de ronda
Desde las estancias más altas del castillo se puede ver el inicio del camino de ronda. Es un sendero estrecho, que va zigzagueando entre pinos y rocas, que ofrece vistas espectaculares en cada curva. A veces el sendero es un constante sube y baja, otras regala al caminante un claro en el bosque, bajo la sombra de los pinos, donde descansar o hacer un pícnic.
Las primeras calas son enclaves donde los acantilados han sufrido una gran erosión, dejando rocas de formas espectaculares. La cala Jovera es una de ellas. Entre Tamarit y la torre de la Mora hay algún trozo de ruta urbanizada, ya que en este tramo de pinos hay residencias, pero está muy bien señalizado. La playa La Mora da un descanso refrescante al que quiera hacer una pausa.
Vigilando las incursiones piratas
La torre de la Mora es una antigua torre de vigilancia que ahora da nombre a un camping que edificaron justo encima de los acantilados. El sendero cruza el camping por un lateral; es un paso permitido por atraviesan diario los caminantes.
La torre fue levantada en 1562 como lugar de vigilancia de la costa, para defenderse de los ataques de los piratas moros que azotaron la línea de mar en los siglos XVI y XVII.
La torre de la Mora fue levantada en 1562 para defenderse de los ataques piratas
Se diferencia de otras torres de la zona en que esta no fue construida por un particular, sino por los gobernantes de la época, con lo que es más grande y tiene tres troneras cuadradas por donde defender, con material de artillería, los flancos sur, este y oeste, es decir, toda la visión marítima. Actualmente, el visitante puede ver un alto cilindro de piedra que mira serenamente a su alrededor, acompañado del canto de los grillos y el aroma a resina.
Ruta entre pinos y rocas
Desde la torre de la Mora, el camino de ronda continúa entre pinos, arbustos y rocas, y aquí es donde la ruta se pone de verdad interesante. Hay algún tramo que se puede recorrer en la parte interior, andando entre vegetación, o por la parte exterior, muy cerca del mar, sobre las rocas de los acantilados. Si el caminante tiene vértigo, no lleva calzado adecuado o hay viento o mala mar, es mejor tomar el camino interior.
Las dos pequeñas calas de la Roca Plana y Becs están separadas por un estrecho saliente, con lo que mucha gente las considera una única cala. Son playas nudistas y coquetonas, pequeñas pero muy accesibles, desde un pequeño claro en el bosque.
Bañarse frente a un acantilado dorado
La cala Fonda, también conocida como playa Waikiki, es otra de las perlas de la ruta, y para acceder a ella hay un camino empinado, pero asumible. Es una playa salvaje, nudista, en la que, mientras te bañas, puedes admirar la alta pared de roca multicolor que la cierra a los vientos y a las miradas. En el atardecer se multiplican los tonos dorados de la pared y del mar que la acaricia.
Como en todos los caminos de ronda, es imprescindible ir calzado con zapatos de montaña, ya que las chancletas de playa pueden dar algún susto al caminante. Hay trozos resbaladizoa, donde podría haber peligro, sobre todo con niños pequeños.
Es imprescindible llevar gorro, crema solar, agua y, sobre todo, una mochila con una toalla. Y es que uno de los mayores placeres de estos caminos de ronda es darse un premio al llegar a cada cala, sumergiéndose en el mar refrescante.
Cantera romana
Al final de la ruta, el caminante encuentra un regalo en el mirador que se alza sobre la costa de Tarragona. Desde este punto, podrá admirar toda la platja Llarga, una larga extensión de arena que es el final de este camino de ronda. Se cree que en este mirador había una antigua cantera utilizada por los romanos. De aquí extraían rocas y piedras para levantar casas y monumentos en la cercana Tarraco.
La playa se extiende más de cinco kilómetros y si se continúa andando por ella se llega a la ciudad de Tarragona, donde, el caminante se encontrará prácticamente inmerso de lleno en el teatro romano. Pero eso ya es otra historia y otro artículo.