El guardián del leopardo de las nieves
Grandes viajeros
Peter Mathiessen, una leyenda de las letras, descubrió en qué consiste viajar gracias a George B. Schaller, una leyenda del naturalismo
Quizá el nombre de George B. Schaller no le diga mucho a los lectores, pero es un científico y aventurero irrepetible. El último gran naturalista. El guardián de los leopardos de las nieves. Un zoólogo cuyas investigaciones veneran todos los biólogos de campo del mundo, aunque su modestia le haga definirse como “un simple viajero decimonónico con inclinaciones científicas”.
¿Un simple viajero? Durante más de medio siglo este “misionero ecológico”, otra de sus definiciones, ha desafiado las esperas interminables, el calor sofocante, el frío polar o las enfermedades tropicales en los vagabundeos a que le obligaban sus proyectos de investigación y conservación de las especies más amenazadas del planeta.
Los objetivos de sus viajes han sido los gorilas de montaña de Virunga, los jaguares del Mato Grosso, los tigres de Bengala, los leones del Serengueti, los osos panda de China y los antílopes tibetanos. También los leopardos de las nieves, una especie de montaña en peligro de extinción y que antaño reinó en las grandes cumbres de Asia central.
Estos grandes felinos, también llamados panteras nivales (Panthera uncia), son unas de las criaturas más fascinantes, bellas y esquivas del planeta. Cada vez quedan menos y quien haya tenido el raro privilegio de contemplarlas en libertad puede decir, como el replicante de Blade Runner: “He visto cosas que no creeríais”.
A George B. Schaller le domina la impotencia cuando ve seres tan majestuosos en jaulas. Sus saltos allí son un triste remedo de sus movimientos en estado salvaje. El Paradise Wildlife Park, un zoo privado de la localidad inglesa de Broxbourne, tiene el dudoso gusto de decir en internet que sus dos ejemplares “practican parkour”. En realidad corren para quemar energía y liberarse del estrés que les causa el encierro.
El encierro o las “comodidades de la vida civilizada”, como ironiza nuestro protagonista. Sus investigaciones han merecido infinidad de reconocimientos y han inspirado un sinfín de documentales. National Geographic lo considera uno de los mayores defensores de la naturaleza. La mítica Dian Fossey (1932-1985), la heroína de Gorilas en la niebla , dijo que no hizo más que seguir su estela.
Los lectores pueden profundizar en los trabajos de George B. Schaller gracias a libros como Un naturalista y otras bestias (Altaïr), con un subtítulo muy revelador: Relatos de una vida salvaje . Incluso alguien patológicamente tan optimista y esperanzado como el autor de esta obra admite que pintan bastos: “El conservacionismo no brinda victorias y se limita a aplazar derrotas”, lamenta. Él siempre tuvo claro qué lugar debía ocupar en “la guerra de trincheras entre el comercio y la conservación ambiental”.
Fruto de ese inquebrantable tesón han nacido más de 20 reservas o parques naturales en todo el mundo, desde China o la Amazonia hasta Alaska, donde sus denuncias también fueron vitales para la supervivencia y ampliación del Refugio Nacional de Fauna Salvaje del Ártico. Este es otro paraíso permanentemente amenazado por la codicia que despiertan las riquezas de su subsuelo.
Aunque ha desarrollado la mayor parte de su carrera académica en Estados Unidos, nació en Berlín en 1933 y su única patria es el mundo. Quizá sea el mayor naturalista vivo, junto a otra leyenda, la británica Jane Goodall . Su sitio no está en aulas ni salas de conferencias, pero la edad le ha obligado a cambiar de estrategia.
Ya no puede emplear años y años en el estudio de una especie. Ahora se dedica a vivir en “una geografía de sueños” y a viajar a lugares “cuya biodiversidad pueda contribuir a conservar”. Irán, Tayikistán o Afganistán... Rincones fuera del circuito de esa “ecología cool” que también critica el argentino Martín Caparrós en Contra el cambio (Anagrama).
En esos “países postergados” ha trabajado, con la certeza de que la suerte de sus gentes “también depende de un medio ambiente saludable”. Incluso hoy, casi nonagenario, nuestro hombre sigue siendo más un naturalista salvaje que un naturalista de campo. Un enfermo de los territorios apenas hollados. Una de sus expediciones quedó magistralmente reflejada en El leopardo de las nieves (Siruela), de Peter Matthiessen (1927-2014).
Este novelista, una de las voces más respetadas de la literatura estadounidense del siglo XX, siempre se refería al naturalista como GS. En 1973 lo acompañó a la montaña de Cristal, de más de 7.000 metros de altitud, en el Tíbet. Buscaban un fantasma con zarpas.
En aquella ocasión no tuvieron la fortuna de ver al leopardo de las nieves, una decepción de la que GS se resarció en aventuras posteriores. Pero Peter Matthiessen se murió sin poder cumplir su sueño. Realizó la expedición poco después de enviudar de su segunda esposa. Se embarcó en el viaje porque no sabía cómo seguir viviendo. Buscó respuestas. ¿Las encontró? No lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que allí, en las nieves del Churen Himal, aprendió algo que todos los trotamundos deberían grabarse a fuego. La esencia de la empresa no era encontrar el leopardo de las nieves. Ni siquiera pisar algunos de los techos del mundo. Como le explicó George B. Schaller, la lección del viaje es descubrir que “la persona que se va es diferente de la que regresa”.
En el siglo XX se talaron más de la mitad de las selvas tropicales. Diariamente se cortan más de 19 millones de árboles. ¿Cuándo se frenará esta codicia irreflexiva?”
Este artículo forma parte de una serie de reportajes sobre mujeres y hombres de todo el mundo, célebres por sus experiencias viajeras.