Morella, la ciudad amurallada de Castellón que presume de antigua
Por España
La localidad cuenta con un gran patrimonio medieval, tanto militar como religioso y civil
Hay umbrales que intimidan. Lo pienso mientras traspaso el Portal de Sant Miquel. Forma parte de los dos kilómetros de murallas que protegen la ciudad castellonense de Morella. No son defensas ornamentales, decorativas: con un origen medieval, tienen un espesor medio de dos metros, entre 10 y 15 metros de altura, y han sufrido múltiples asedios y embestidas. Personajes muy importantes pasaron por aquí: el califa Abderramán III, el Cid, el rey Jaume I, el papa Luna, san Vicente Ferrer, el príncipe de Viana, el general Cabrera...
Morella, ya se ve, ha tenido un papel protagonista en la historia. Esta empezó antes incluso de la existencia de la villa: los dinosaurios frecuentaron la comarca durante el período cretácico inferior, hace más de 100 millones de años. Lo descubro en el entretenido museo Tiempo de Dinosaurios, muy cercano al Portal de Sant Miquel. Me divierte la reproducción a escala real de un iguanodonte, el género de dinosaurios más abundante y estudiado en la zona. También hay numerosos fósiles de terópodos y ornitópodos.
Primera parada
Camino de la fortaleza, visito la iglesia arciprestal de Santa Maria la Major. Me sorprende la existencia de dos portales góticos en la misma fachada, ambos con interés: el de los Apóstoles y el de las Vírgenes. En el interior me detengo ante la escalera del coro y frente al altar mayor, cuya grandilocuencia churrigueresca contrasta con la contención medieval del templo. Este tiene un órgano construido por Francesc Turull en 1719 con más de tres mil tubos. Recientemente restaurado, es la piedra angular del Festival Internacional de Música de Órgano que se celebra cada agosto en Morella
El convento de Sant Francesc cuenta con una preciosa iglesia del siglo XIV. La curiosidad me lleva a la Sala Capitular, donde me sobresalta un lienzo algo macabro: La Danza de la Muerte. En la pintura, del siglo XV, nobleza, clero y pueblo llano bailan de la mano, hermanados por ese final que a todos iguala. Se prevé que el convento de Sant Francesc albergue un Parador Nacional de Turismo en el futuro.
El castillo
El claustro conventual da acceso al castillo, el auténtico germen de Morella. Encaramado sobre un risco a 1.070 metros de altitud, los almorávides lo construyeron para el control de las comunicaciones entre el interior y la costa; entre las actuales tierras de Aragón y de Valencia. Más tarde, los almohades lo usaron para la colonización del territorio, surgiendo el primer asentamiento campesino al pie de la fortaleza,
El bastión se escalona en tres niveles. El inferior acoge un paseo de ronda. El segundo incluye lienzos de muralla, torres y piezas de artillería. El nivel superior alberga la plaza de armas y la torre del homenaje. Las rampas se las traen, pero el esfuerzo merece la pena: cuando el día es claro, la panorámica desde las almenas es muy extensa.
El castillo de Morella ha participado en todos los conflictos bélicos habidos y por haber: guerra de la Unión (1347-1348), rebelión de las Germanías (1519-1523), guerra de Sucesión (1701-1714), guerra de la Independencia (1808-1814), primera guerra Carlista (1833-1840)... El caudillo carlista Ramón Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, eligió Morella como capital de la Comandancia Militar Carlista de Valencia, Aragón y zona del Maestrazgo en 1838.
La ciudad pagó ese honor: el ejército isabelino mandado por Baldomero Espartero la bombardeó en 1840 hasta rendirla. Su artillería arrojó 19.000 proyectiles sobre los morellanos. El castillo local alojó tropas hasta 1911, cuando el uso militar se abandonó definitivamente.
Callejeando
Ya fuera de la fortaleza, paseo bajo los vistosos soportales de la calle Blasco d’Alagó. Abundante en comercios y cafeterías, ha acogido el mercado local desde el siglo XIV; en la actualidad se celebra los domingos. La calle se ha retocado un poco: en 2010 se realizó una reforma a fondo. El alcalde de Morella era entonces Ximo Puig, actual president de la Generalitat Valenciana.
La judería local es pequeña, pero luce todos los rasgos de esos barrios: callejones estrechos, sinuosos y escalonados; paredes macizas, con pocas aberturas para ocultar el interior de las viviendas; pasadizos aéreos para desplazarse sin pisar la calle...
El vecino Museo de Sis en Sis ocupa la iglesia de Sant Nicolau y está dedicado de manera monográfica a las fiestas del Sexenio, el momento culminante del calendario local desde 1673. Honran a la Virgen de Vallivana cada seis años y se celebran el tercer domingo de agosto. Declaradas ‘Fiesta de interés turístico nacional’, la próxima edición tendrá lugar en 2024.
Me gusta callejear por Morella al buen tuntún. Así descubro varios caserones góticos con interés, como el Ayuntamiento, la casa Ciurana (existe una réplica de su exterior en el Poble Espanyol de Barcelona) o la casa Rovira, escenario de un supuesto milagro de san Vicente Ferrer, a quien se atribuye la resurrección de un niño. También hay palacios, como el del Marqués de Cruilles o el del Cardenal Ram, este reconvertido en hotel.
La escalonada Costa de Sant Joan me conduce al Portal de Sant Mateu, uno de los siete que cerraron la ciudad a cal y canto en el pasado. Hasta 1934 no se alteraron las defensas para posibilitar la entrada de vehículos en el interior. Avanzo pegado a las murallas hacia el noroeste. Así exploro cinco de los diez torreones existentes, mientras regreso al Portal de Sant Miquel, donde empecé la visita.
Antes de alejarme de Morella, me detengo a contemplar el acueducto de Santa Llúcia, en las afueras urbanas. Levantado en 1318, muestra cómo se abasteció la ciudad de agua durante la edad media. El paraje ofrece, además, unas vistas estupendas sobre la comarca.
La Oficina de Turismo de Morella ofrece planos de la localidad en la web.