La espiritualidad y encanto del Tíbet en peligro
A peor
El Gobierno pretende desarrollar la llamada "Región Autónoma del Tíbet" para convertirlo en un polo de atracción turística
El Tíbet, el techo del mundo y uno de los lugares más vírgenes del planeta hasta hace pocas décadas, es el escenario de un intenso programa de desarrollo por parte de las autoridades chinas, que pretenden convertir a la región en un polo de atracción turística.
Líneas de ferrocarril, autopistas y bloques de viviendas se expanden a ritmo frenético por las otrora recónditas ciudades tibetanas, especialmente en la capital Lhasa, donde históricos santuarios como el palacio de Potala o el templo de Jokhang conviven con modernos todo terreno, antenas de telefonía móvil o bloques de edificios de inspiración socialista.
Justo delante del mítico Potala, discurre una gran avenida atestada de coches mientras, a escasos metros, una pantalla gigante exhibe las burbujas de una bebida refrescante.
Aparentemente ajenos a los anuncios luminosos y al tráfico rodado, decenas de turistas chinos, encaramados a un pequeño promontorio, se hacen "selfies" ante el legendario palacio que albergaba los gobiernos del Tíbet y la residencia de su máxima figura civil y espiritual, el Dalai Lama.
El impulso del turismo es una de las prioridades de Pekín para desarrollar la llamada "Región Autónoma del Tíbet" (TAR, por sus siglas en inglés) por lo que ha celebrado por cuarta vez este año en Lhasa la "Expo de Turismo y Cultura del Tíbet y de China", a la que ha invitado a un reducido grupo de medios extranjeros, entre ellos Efe.
"El turismo tiene un papel crítico en el desarrollo del Tíbet", afirmó en la inauguración de ese foro el presidente del gobierno de la región autónoma, Qi Zahla, y anunció que la zona espera acoger este año a 30 millones de turistas, la inmensa mayoría de ellos chinos.
El año pasado llegaron ya 25 millones de turistas al altiplano tibetano -de apenas tres millones de habitantes- de los que solo 334.000 fueron extranjeros, quienes tienen que sortear múltiples permisos para acceder a la región y solo lo pueden hacer en viajes organizados.
Los periodistas internacionales y los diplomáticos tienen vedada la entrada a no ser que viajen invitados por el gobierno chino, unas restricciones que, según los dirigentes de la TAR, se irán levantando gradualmente.
"El Tíbet es una de las mejores caras de la nueva China", proclamó Zahla en la inauguración de la expo en la que también otros miembros del Partido Comunista se encargaron de ensalzar el papel que el turismo ha tenido en la mejora de las condiciones de vida de los tibetanos.
Lo cierto es que el aumento del poder adquisitivo de la población china tras el fuerte crecimiento económico de los últimos años ha multiplicado las oleadas de turistas nacionales en todas partes del país y, por ende, en la majestuosa región himaláyica anexionada por China en 1951.
Según Pekín, el turismo y el desarrollo promovido por el Gobierno central han hecho que el Producto Interior Bruto (PIB) de la región se multiplicase por más de mil desde entonces y que sólo en los últimos 16 años la esperanza de vida pasase de 38 a 68 años.
Desde 2002 se han construido 9.000 kilómetros de autopistas, se ha puesto en marcha el tren Qinghai-Lhasa -el más alto del mundo, que conectó por primera vez al Tíbet por vía férrea- y se han levantado una infinidad de edificios de viviendas e infraestructuras públicas.
En los alrededores de la capital tibetana, muchos de estos polígonos de viviendas se encuentran, sin embargo, todavía vacíos, según constató Efe.
Las autoridades chinas aseguran que esos hogares están subvencionados y destinados a ofrecer mejores condiciones de vida a los campesinos pobres tibetanos.
Los partidarios del llamado Gobierno tibetano en el exilio, encabezado por el decimocuarto Dalai Lama, creen que alojarán a nuevos inmigrantes del interior de China, con los que Pekín busca aumentar la presencia de la etnia han -la mayoritaria del país- para acabar haciendo que prevalezca sobre la tibetana.
Sea como sea, la presencia china en Tíbet es ya abrumadora. Desde las banderas rojas y las grandes imágenes de líderes chinos en calles y plazas hasta la preponderancia del chino mandarín sobre la lengua tibetana en el comercio o los negocios.
Un gran cartel de Xi Jinping, Mao Zedong y otros dirigentes preside la gran explanada frente al Potala, coronado por una enseña roja.
Un poco más allá, un rótulo en una carnicería de carne de yak anuncia su género, como en todas partes en Lhasa, en los dos idiomas aunque, como en todas partes también, con el chino en caracteres mayores.