Más de cuatro décadas después de la muerte de Elvis, la ciudad de Memphis continúa siendo destino de peregrinación de miles de fans que recuerdan al cantante y actor con auténtica devoción. Desde que abriera sus puertas al público en 1982, Graceland, la casa en la que el Rey del Rock vivió casi la mitad de su vida, se ha convertido en un referente por el que cada año pasan más de 600.000 visitantes, siendo la propiedad privada más visitada de Estados Unidos.
La artífice de esta iniciativa fue Priscilla Presley, exesposa del cantante que, ante la amenaza de que la mansión fuera vendida por problemas financieros derivados de las altas cargas impositivas de la herencia -el astro había fallecido cinco años antes-, optó por abrirla al turismo. La afluencia de público confirmó al poco tiempo, que la decisión había sido todo un éxito.
En Graceland el tiempo parece haberse detenido. En la mansión, situada en el barrio de Whitehaven, a unos 20 minutos en automóvil del centro de la capital de Tennessee, el visitante se adentra en el universo de Elvis, un escenario con toques frikis cargados de nostalgia. Tras abonar la entrada -el precio oscila entre los 40 dólares (34 €) de la más sencilla a los 169 dólares (144 €) la más cara, que incluye un tour exclusivo- empieza un recorrido que nos transporta a finales de la década de los 60 y el inicio de la de los 70 del siglo pasado.
Entre las cuatro paredes de la casa, el recorrido descubre las estancias más privadas en las que vivió el astro: el comedor, el salón, la cocina, la Sala de la Jungla, la sala de billar, la habitación de sus padres, e incluso el despacho de su progenitor, Vernon Presley. Fotografías, estatuillas de premios, discos de oro, trajes y el uniforme del ejército de los Estados complementan una exhibición en la que no faltan detalles.
Sin embargo, la parte más emotiva del tour está en el exterior y se reserva para el final. Elvis dejó dicho en vida que quería ser enterrado en Graceland. Y es aquí donde reposan sus restos, junto a sus padres y a su hermano gemelo Aaron, que murió al nacer. Las tumbas, rodeadas de flores, están situadas junto a una fuente. Es aquí donde los turistas se dejan llevar por la emoción.
El resto de la finca, que incluye una propiedad de 4,45 hectáreas, es una extensión arbolada delicadamente cuidada dominada por un sentimiento de paz; una paz que posiblemente el Rey del Rock buscó en los momentos más oscuros de su vida.