Viaje a Bután, un país en CinemaScope
El país de la felicidad
El lema del país es ‘la felicidad es un lugar’
“Aquí tenemos la Comisión de felicidad.” Un orgulloso butanés me muestra el imponente ‘dzong’ (fortaleza tradicional) de Thimphu, la capital. Desde sus oficinas, las mentes más preclaras del reino deciden qué medidas adoptar para mejorar la satisfacción de sus conciudadanos. Bután , un estado del tamaño de Suiza encajonado entre China e India, es el único país del mundo que calcula la Felicidad Nacional Bruta como indicador de desarrollo. Y ha hecho de la felicidad su lema: “Happiness is a place”, reza en inglés el web de turismo del Gobierno.
¿Qué hace tan diferente a Bután?
En Bután se vive en CinemaScope. La sensación de amplitud es abrumadora: dondequiera que dirijas la mirada, las montañas se yerguen en el horizonte. Laderas cubiertas de arrozales, montes frondosos, picos de nieves perpetuas...
Desde cierta altura, se divisan algunas de las cumbres más prominentes del Himalaya. Entre ellas, la joya de la corona butanesa: la montaña virgen —no escalada— más elevada del mundo: el Gangkhar Puensum (7.570 m).
Esta orografía convierte el aeropuerto internacional de Paro en uno de los más peligrosos del planeta. Durante el aterrizaje, las alas del avión parecen rozar las escarpaduras. Las casas se ven temerariamente cerca. Los pasajeros contienen el aliento mientras el aparato se inclina con suavidad. Son muy pocos los pilotos capaces de realizar estas maniobras.
Una de las primeras imágenes que captan la atención del viajero son las banderas blancas verticales que se arraciman en los montes. Son para los budistas fallecidos en días no propicios (por fortuna, hay pocos en el calendario). Los monjes astrólogos indican a sus familias dónde deben situarlas.
Además, se ven por doquier ristras de banderas de cinco colores (una para cada elemento: espacio, aire, tierra, fuego y agua) con mantras escritos. Según dicen, el viento lleva sus palabras a todos los seres sensibles. En realidad, la religión marca todas las facetas de la vida.
Bután es el único país que adopta como religión oficial el tantrismo , una rama del budismo que contempla el sexo como una de las vías para alcanzar la iluminación.
Algunos templos exhiben en su interior deidades en posiciones amorosas (desgraciadamente no se permiten fotos).
En el templo de la Fertilidad hay enormes falos de madera que se utilizan en las ceremonias para la fecundidad. Según los monjes, su efectividad es total. Como prueba de ello, exhiben un álbum de fotografías de parejas extranjeras que no podían tener hijos... y ahora alardean de ellos.
Los templos no paran de recibir fieles. Incluso los niños se postran ante los budas y bodhisattvas , y muchos abuelos pasan jornadas enteras haciendo girar sus molinillos de rezos.
Todos, aun los más humildes, dejan sus ofrendas. Sea en forma de unos pocos ngultrums (la moneda local) o en forma de comida, bebida, divinidades de metal o elaboradas figuras a base de mantequilla vegetal y harina coloreadas.
El cuerpo monástico tiene un poder y una influencia enormes. Los monjes intervienen para poner el nombre a los bebés (los butaneses no tienen apellidos), ofician ceremonias para la salud y la fortuna, apaciguan las deidades de las montañas, financian hospitales... hasta el sistema legal, se basa en la religión.
Muestra de su importancia es el mayor buda sedente del mundo, un coloso de 45 metros que domina desde su altura todo el valle de Thimphu.
Un reino adormecido
Bután no permitió el uso de Internet y la televisión hasta 1999 por temor a corromper sus valores tradicionales. Y hoy en día continúa protegiendo sus raíces con celo.
Se conservan perfectamente los dzongs que mandó construir, allá por el s. XVII, el fundador de la nación para defenderse de las incursiones tibetanas, y los que se han edificado desde entonces han seguido sus pautas. Según dicen, sin arquitectos ni planos y sin utilizar un solo clavo. Todos los detalles están en la mente del carpintero jefe.
La arquitectura butanesa es sorprendentemente homogénea. Las fachadas con pinturas budistas, las pequeñas ventanas con arcos, la madera policromada, los tejados a dos aguas... son elementos comunes, no ya en hogares y tiendas, sino hasta en grandes edificios como el aeropuerto o el estadio nacional de fútbol.
Otra herencia del fundador de Bután es el vestuario. Fue él quien introdujo el gho para los hombres y la kira para las mujeres, hasta hoy su atuendo común. Es raro –y de hecho, se consideraría una falta de respeto– ver a butaneses en tejanos. Todos deben comportarse según un estricto código llamado driglam namzha.
¿Pero Bután es realmente un país feliz?
Bután fue una monarquía absoluta hasta 2008, cuando evolucionó a una monarquía constitucional. Y pese al culto al rey, el país todavía se enfrenta a serios problemas de déficit democrático y libertades, como la libertad de prensa.
Además, la esperanza de vida es relativamente baja. En especial preocupa la mortalidad infantil (en el monte Chelela se abandonan los cuerpos de los niños de hasta cinco años en un ritual que se conoce como entierro celestial, lo que ocurre unas 20 veces al año).
El alcoholismo, la violencia doméstica, los enfrentamientos con los refugiados nepaleses (la segunda etnia del país) y las complejas relaciones con China e India son algunos de los principales problemas del reino.
De hecho, la estadística se empeña en desmentir el lema del país: el propio índice de Felicidad Nacional Bruta con que trabaja el Gobierno no siempre muestra una evolución positiva. Y en comparación con otros países, el índice de felicidad de la ONU suele situar a Bután en la tabla baja.