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El día que decidí dedicarme a la investigación

Análisis

“Nuestra investigación ya no era sólo una cuestión de satisfacer la insaciable curiosidad científica; pasaba a ser una imperiosa necesidad de adaptación a los impactos en cascada que se avecinaban”, J.P.

Caroline Irby / Caroline Irby / Airbnb

Corrían los últimos años ochenta del siglo pasado. Había acabado mi tesis doctoral bajo la dirección de uno de los científicos más brillantes y visionarios de ese siglo, el profesor Margalef, y me trasladé a Stanford para estudiar las interacciones vegetación-atmósfera. Mi mentor allí, el profesor Chris Field, me recibió en el aeropuerto de San Francisco con estas palabras: “Bienvenido a la cresta de la ola”. Viví allí en una cresta tecnológica, científica, cultural, deportiva, artística e incluso culinaria. Surfear esa cresta fue enriquecedor y placentero. Sin embargo, pronto, mis compañeros y yo (como otros científicos antes) advertimos que los humanos teníamos un problema.

A medida que la comunidad científica acumulaba datos atmosféricos y climáticos, registros fenológicos y fotosintéticos de la vegetación e imágenes de satélite, quedaba más y más claro que los impactos del aumento del CO2 atmosférico y de la temperatura que estábamos apreciando a partir de los años sesenta constituían un gran y peligroso experimento que los humanos estábamos realizando en el planeta, el único del que nuestra sociedad humana dispone. Realmente preocupante.

Continuamos acumulando información de estaciones meteorológicas, boyas oceánicas y satélites que nos mostraba cómo el planeta se iba calentando a medida que la quema de combustibles fósiles aumentaba el CO2 en el aire. Durante millones de años, el clima de la Tierra se había calentado y enfriado muchas veces. Pero ahora lo hacía mucho más rápido que en cualquier otro periodo de la historia humana. El problema es que iba a más y que ya se apreciaban los primeros impactos sobre la salud de las plantas y los animales.

Nuestra investigación ya no era sólo una cuestión de satisfacer la insaciable curiosidad científica; pasaba a ser una imperiosa necesidad de mejorar el conocimiento científico y permitir a la sociedad un mejor entendimiento, anticipación y adaptación a los impactos en cascada que se avecinaban y que se han ido sucediendo inexorablemente. Por aquel entonces los científicos nos unimos para generar el primer informe del IPCC (1990) con la finalidad de proporcionar a políticos y gestores sociales y ambientales evaluaciones científicas periódicas sobre el cambio climático, sus implicaciones y posibles riesgos futuros, así como para presentarles opciones de adaptación y mitigación. Ya vamos camino del sexto informe (para el 2022). Esperemos que seamos capaces de tomar las medidas para evitar el expolio del planeta y uno de sus efectos más graves, el cambio climático. Nos van en ello nuestra supervivencia y bienestar.