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¿Qué pasaría si en Barcelona desapareciesen el Jamboree, el Sidecar y el Harlem?

ANÁLISIS

Una actuación en el Harlem Jazz Club

Cristina Gallego

¿Qué pasaría en Barcelona si de la noche a la mañana desapareciesen el Jamboree, el Harlem, el Sidecar, es decir, trozos de la historia de la ciudad y de su tejido cultural? No ha ocurrido afortunadamente, aunque la confluencia de los efectos de la pandemia y el marco en el que se mueven estos referentes culturales es más que preocupante.

A diferencia de otros ámbitos artísticos locales, la ausencia de ayudas, subvenciones, o incluso definanciamiento íntegro, es la realidad con la que el sector de la música popular ha tenido que convivir desde largo tiempo en esta ciudad. De hecho, así ha sido desde siempre, desde que la música considerada no culta se ha valorado, entendido y tratado como simple entretenimiento, algo decididamente prescindible. No reconocido en voz alta pero sí en la práctica cotidiana.

Barcelona es un doloroso ejempl o de cómo en su tejido cultural oficial esas músicas no han tenido una atención mínimamente proporcional a su importancia. Porque la música no solo es la columna vertebral de la cultura real de la ciudad, sino que como recordaba el otro día Joan Mas al valorar las nuevas medidas sobre el ocio nocturno, la música es vital porque “la depresión y la falta de humor y y alegría deprime y hace que seamos menos inmunes a un situación como la que vivimos ahora”.

Las mencionadas últimas medidas gubernamentales, el cierre de la mayoría de los locales de música en vivo de la capital catalana y la incertidumbre a corto y medio plazo, hacen temer lo peor. Porque esos locales, espacios , bares son en su mayoría privados. Y algunos de ellos posiblemente ya no vuelvan a reabrir dado lo insostenible de la situación a nivel económico.

Un momento de la actuación de Nick Lowe en el Sidecar en 2016

Àlex Garcia

Así, el tejido musical de la ciudad recibirá una estocada gravísima. Locales referenciales, espacios ligados a la crónica sentimental y vital de infinidad de barceloneses, el fin de singladuras culturales entre lo heroico y lo reconfortante. Para todo tipo de públicos y todo tipo de músicas en vivo.

Se trata de un subjetivo listado de nombres que van desde los de obligada mención histórica citados al principio (tablaos flamencos también) a los ignotos para el aficionado generalista. El Jazz Sí como caldo de cultivo flamenco y jazzero; nombres ya curtidos para la peña roquera como el Rocksound, el Salamandra o el en estos momentos desaparecido Monasterio.

También sitios de distinto recorrido temporal pero importante por su función de antenas como el Vol o el Heliogàbal. Nombres de perfil todoterreno, léase el curtido L’Oncle Jack o el más glamuroso Marula de la calle Escudellers, o más decantados a especialidades como el Sinestesia o el reciente Diobar en el Born.

El Pumarejo fue inicialmente una asociación cultural alternativa en Vallcarca que hace unos pocos años se trasladó a l’Hospitalet y ha devenido, entre otras actividades, inquieta sala de música en vivo. Criterio y listón cualitativo es también, en fin, lo que caracteriza a un par de admirables espacios como el Freedonia de Gràcia o el Meteoro del Poble Sec, cuyos propuestas programadas en el actual festival Sala BCN en el castillo de Montjuïc han sido de las más exitosas.

Y todo ello sin olvidar que buena parte de ellos llegan –o llegaban antes del Covid-19– a final de mes porque también sirven copas.