Hacía frío. Eran poco más de las 9 de la mañana cuando salíamos de casa. A 3 grados bajo cero, sin sol y con humedad, toda la escarcha de los campos dejaba una estampa muy invernal.
Íbamos sumando integrantes al grupo en dirección a Puigcerdà, desde donde empezaría el coloso ascenso. En total, 31 kilómetros y 1.400 metros de desnivel, con una media alrededor del 4%.
En el primer tramo, muy rodador, primera sorpresa. Justo a nuestro lado, corría un imponente ciervo de cuernos firmes, que desprendía una majestuosidad, evidentemente, inhumana. Fueron tan solo unos pocos segundos, pero que regalo. El premio de salir a primera hora.
Después de unos kilómetros bastante llanos, la carretera empezaba a picar para arriba y el blanco se asomaba en el tramo más duro del Col de Puymorens. Una zona espléndida que se alza al final del valle para saltar a la vertiente atlántica.
A medida que íbamos subiendo, notábamos como ganábamos temperatura. La llamada inversión térmica, que consiste en un estancamiento de aire frío en las capas inferiores de la atmosfera, se hacía latente. En Puymorens, a 1915 metros, la temperatura ya era de 11 grados.
Una vez coronado, tocaba un corto descenso para enlazar con la carretera proveniente de Ax-les- Thermes. A partir de allí, todo ascenso, 10,8 km al 5,9% medio. Entre el desgaste acumulado y la gran altitud, perdimos un poco la sensación de fluidez, pero lo que veían nuestros ojos nos animaba a continuar. La presencia de algún que otro pro, como Ben O'Connor (ACT), también nos dio un 'empujoncito'.
Desde el Pas de la Casa, quedaban 7 curvas de herradura para coronar, 7 regalos de la vida. Al menos, yo no era capaz de procesar lo que estaba viendo. Las montañas nevadas generaban una especie de magia en nuestro alrededor. Todo blanco, todo puro.
Llegó el momento. A 2.409 metros de altitud rematamos el Puerto de Envalira. Allí, a pocos metros, mucha gente disfrutando con trineos y haciendo muñecos de nieve. Detrás de ellos, se alzaba el futuro Centro de Alto Rendimiento de Andorra, entre los sectores de Pas de la Casa y Grau Roig, de la estación de esquí de Grandvalira.
Como íbamos bien de tiempo, nos tiramos hacia la otra ladera para remontar el último tramo del puerto.
Ahora ya sí, en la misma dirección que la conocida cicloturista Marxa 3 Nacions, encarábamos un largo y rápido descenso.
Eso sí, antes de comenzar la bajada, nos abrigamos para evitar que el viento no nos enfriara demasiado el cuerpo. Y luego, ¡qué empiece la fiesta!
Sinceramente, una jornada espectacular. Además, no nos cruzamos con demasiado tráfico, ya que la temporada de esquí aún no había empezado. A partir de este fin de semana la cosa será diferente.
Si tenéis la oportunidad de ir en bici rodeados de nieve, no os lo podéis perder. Seguro que recordaréis la salida durante mucho, mucho tiempo.