¿Viajamos como vivimos?

Serendipias

¿Viajamos como vivimos?
Alberto Piernas

“¿Aún querrías viajar a ese país si no pudieras llevar una cámara contigo?” (Poema de Nayyirah Waheed, incluido en salt)

Estos días de invierno, en los cuales suelo permanecer más tiempo en casa, vienen a mi mente ciertos viajes pasados o recientes. Sin embargo, el primer recuerdo no se basa en los paisajes o monumentos, sino más bien en escenas cotidianas, pequeños rituales de una rutina lejana: recuerdo el puestecito azul de una mujer que vendía té y café en una esquina de Madurai, en el sur de India

Aunque no nos entendíamos al hablar, ella encontraba siempre la manera de comunicarse. Decía a un cliente que me preguntase por mi país de origen o, sonriente, me enseñaba a través de gestos cómo tratar con amabilidad a la vaca embriagada por el aroma del chai que posaba su hocico en el mostrador. Me recordaba a la mujer del estanco de mi barrio, con quien suelo charlar sobre viajes o los planes del fin de semana antes de ir a la compra.

Quizás el verdadero aprendizaje sea que el viaje sólo tiene valor si lo vivimos con autenticidad, no como huida o espectáculo

También hay un búfalo de agua junto a un artesano en Tailandia que me recuerda a Emili, el alfarero de un pueblo cercano al mío en cuyo taller tuvimos una cálida conversación bajo su bignonia. El hombre que recorre las calles de Kerala en su bicicleta gritando “¡Meeneah!”, anunciando la llegada de pescado fresco. Una imagen similar a la de las mujeres que, en los años 60, arrastraban carretillas por las calles de mi localidad alicantina voceando “¡Polpet! ¡Raya! ¡Calamaret!”

O los trenes de Laos, donde una matriarca reparte un guiso y te hace formar parte de una comunidad que a veces olvidamos en estos tiempos fugaces.

Decía Nietzsche que “huimos de nosotros mismos cuanto más intentamos permanecer con nosotros”. Una cita que refleja las muchas percepciones que tenemos del viaje, incluyendo el concepto de huida o las expectativas desmesuradas: volar a Eivissa para superar una ruptura entre discotecas y chupitos, “encontrarse a uno mismo” en un arrozal balinés, o tomar muchas fotografías que confirmen nuestro estatus en redes sociales.

Una vaca en la calle, delante de una tienda, en la India

Una vaca en la calle, delante de una tienda, en la India

Alberto Piernas

Y es que, muchas veces, nuestra búsqueda de lo lejano, incluso lo exótico -esa palabra hoy considerada incluso irrespetuosa en según qué contextos- nos empuja a vivir experiencias en otros países sin preguntarnos por qué lo hacemos realmente. Incluso me atrevería a decir que explorar mejor el lugar del que venimos, su cultura y coordenadas, nos permitiría reconocer mejor aquello que nos hace viajar y definir nuestra forma de entender el mundo. Ya sabes, mirarte las raíces para comprender mejor el bosque.

Puede que viajar se haya convertido en algo masivo, no solo por cuestiones globales o accesibles, sino por pertenecer a una idealización o grupo social de los que no somos del todo conscientes. Pero quizás el verdadero aprendizaje sea que el viaje sólo tiene valor si lo vivimos con autenticidad, no como una huida ni como un espectáculo.

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El turismo como reflejo de nuestra relación con el mundo arroja tantas preguntas como posibles respuestas. Aunque siempre podemos empezar por plantearnos el por qué nos hacemos fotos con un artesano y su búfalo de agua en Tailandia, pero aún no conocemos a los alfareros de nuestro pueblo. 

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