Un chico con suerte en Cochín (Kerala)

Serendipias

Un chico con suerte en Cochín (Kerala)

"El mundo está cambiando puedes notarlo se está desnudando y volviéndose incómodo y más justo" (Olas, Rupi Kaur).

¡Chai¡ ¡Chai! Turistas ingleses con cámaras al pecho, el lejano sonido de viejas canciones de Bollywood, un rickshaw cruzando la calle. ¡Chai¡ ¡Chai! Alguien vendía el mejor té de la India mientras dos hombres paseaban cogidos de la mano. Eran amigos de la infancia, así que no había ningún problema. Tras el monzón, Princess Street lucía llena de charcos con la luna reflejada dentro. En las aceras de esta calle de la ciudad de Cochín, en el tropical estado de Kerala, se asomaban locales de brunch bien a la última y en una galería de arte alguien con turbante pintaba un enorme ficus. Y allí, más adelante, un hombre esperaba bajo una palmera. Lucía una camiseta de tirantes y un dhoti enroscado a la cintura. Su mirada era melancólica, como la de quien contempla un río contaminado lleno de peces boca arriba. Sin embargo, al verte siempre sonreía, porque de no hacerlo supondría revelarle al mundo sus debilidades.

Mi amiga y yo conocimos a Kumar de una forma bonita y casual: él nos saludó, dijo que rezaría para que la picadura de mi barbilla mejorase y, tras charlar unos minutos, nos invitó a entrar en su casa. Era una vivienda cálida, pintada de color azul y llena de hojas de platanera en enormes jarrones. “La puerta aquí siempre está abierta”, añadió él, mientras volvía de la cocina con tres botellines de cristal de una Coca Cola hiperdulce. Parecía de lo más animado: “Así que España, ¿eh?”

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Rickshaw, un medio de transporte típico de la India

Terceros

Poco después, sentados en el sofá de enfrente, escuchamos con la curiosidad de un niño la historia de Kumar, quien había trabajado en barcos que transportaban cocos desde el sur de la India hasta Europa en los años 70. En aquel tiempo, su mejor amigo había sido un joven llamado Ahmed. Kumar nos mostró una foto enmarcada en la que aparecían dos jóvenes sonrientes con las camisas desabrochadas y rodeados de montañas de cocos. Parecían felices. “Atracamos en Barcelona varias veces y nos perdíamos por La Barceloneta” - contó con una ternura desbordante-. “Después Ahmed se casó y nunca volví a saber de él. Nos escribimos cartas durante un tiempo, dijo que vendría a Cochín pero…” En los ojos de Kumar parecían reflejarse las estrellas que ambos habían visto tumbados sobre una red de pesca en mitad del Mediterráneo. Una extraña intuición comenzó a flotar por el salón, cierto silencio incómodo y él cambió de tema. A lo largo de la noche hablamos del auge del divorcio en la India y un mundo que parecía girar más rápido en otras partes.

Para cuando pasaron tres horas, Kumar ya había deducido que mi amiga y yo no éramos un matrimonio, como decíamos a todas las personas que nos preguntaban por el camino para asegurar nuestra integridad. “Tú sí que eres un chico con suerte”, me dijo al oído antes de irme, junto a esa puerta siempre abierta. Tras despedirnos, otros dos amigos pasaron cogidos de la mano y Kumar volvió a sentarse bajo la palmera a esperar. A Ahmed. A esperar tantas cosas. 

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