Por enésima vez le preguntan al artista –al pintor, al novelista, al músico- qué hay de real o de autobiográfico en su obra. Y por primera vez responde con la verdad: A mí me sucede al revés. Creo una escena, invento un personaje, y de pronto me lo encuentro.
En la primera ocasión, apareció un tal señor Kopp mientras yo firmaba una novela: Kopp es el apellido de la familia protagonista, y el hombre me acusó, sin pizca de ironía, de haber escrito sobre la suya. Le pregunté si había leído la novela, y dijo que no, pero que “era muy probable” por lo que contaba la sinopsis.
El ejemplo más reciente, sin embargo, es el de un periodista que me visitó, desde Berlín, para hablar sobre la traducción al alemán de ese mismo libro. Me citó en una esquina de la ciudad y me dijo: La historia empieza aquí, en la entrada de un majestuoso hotel. Yo solamente lo había imaginado, pero el hotel resultó existir. Luego, me habló de su trayecto desde Berlín, y me narró un accidente rarísimo que guardaba siniestra semejanza con una peripecia de la novela. Lo miré, me miró, y supe que estaba frente a mi protagonista.
Me hubiese estremecido si no me pasase a menudo, que me topo con mis personajes y escenas; y todas estas serían anécdotas absurdas si no relevaran algo profundo. Descubro –y cada vez me hace menos gracia– el carácter premonitorio y adivinatorio del arte. Hay quienes hablan constantemente de “ir contra el cliché”, pero decir eso es lo más cliché del mundo: lo curioso es que, si algo se convierte en un dicho popular, alguna verdad esconde, y así sucede con esa frase aparentemente tan banal: la realidad imita a la ficción.
Es mentira afirmar que el arte cambia el mundo, pero es innegable que, cuando uno ha inventado algo, de pronto se le aparece. No es ningún disparate reconocerlo, y menos cuando se vive en carne propia. A veces nos lamentamos de que las cosas no sean como las imaginamos, pero los artistas conocemos el peligro contrario, que no es menor. Poner palabras, dar nombre, prestar un color y una voz y una forma es correr el peligro de que, al girar la esquina, lo que has imaginado exista.