La medicina y la literatura han determinado mi vida por igual, una por circunstancia y la otra por vocación. En la ficción, al leerla y al escribirla, tiendo hacia personajes enfermos o de algún modo anómalos. La anomalía suele mostrar algo esencial, e inesperado, sobre la normalidad. La enfermedad revela, cuando llega, algo crucial sobre la salud. Y la experiencia de la muerte siempre nos descubre algo sobre su supuesto contrario, la vida.
Nunca sentí este binomio -literatura y medicin- de modo tan extraño, por literal, como el pasado enero. Cualquiera que viva en Barcelona sabrá que, en la avenida Diagonal, un gran hospital y una gran editorial tienen sus edificios al lado. Cuando él se quedaba dormido, desde nuestro cuarto en la planta más alta, yo miraba por la ventana hacia la editorial. Pensaba, con media sonrisa, que incluso ahora me amparaba la literatura.
Un día empecé a ver un águila enorme, oscura, sobrevolando el edificio: extraña visión en pleno centro urbano. Me quedé pasmada al percibir que se posaba en la azotea de la editorial. Un hombre con vestimenta especial, quizás un entrenador, parecía domesticar al ave desde allí. El águila echaba a volar y volvía junto a él, que la esperaba y la alimentaba. La escena, salvaje y pacífica, empezó a hacerme compañía cada atardecer.
“Es papá”, dijo mi madre viéndome mirar al ave, “está haciendo pruebas de vuelo”. Para entonces ya sabíamos que era cuestión de días. La literatura, como el humor, por encima de una práctica y por supuesto por encima de una profesión, es un modo de ver: una manera de habitar el tiempo y, en concreto, el tiempo de los cuartos de hospital. Emerge de quienes intuyen conexiones entre las cosas, de quienes ven en las imágenes casuales un posible significado. La profunda identificación entre los seres -seres vivos y muertos, seres parecidos y distintos a uno- es el germen de la literatura y también de la medicina.
En días tan brumosos, aquellas palabras fueron uno de los últimos alientos que compartimos en familia, nosotras, las entrenadoras del ave, y mi padre, que hacía sus pruebas antes de echar a volar.