Como a Matthew Goode no le hace mucha gracia que le digan que representa la quinta esencia del cool británico, para demostrar lo contrario, se reviste de un ácido humor, incluso algo escandaloso, y la boca, directamente, habría que lavársela con jabón, aunque del vicio de decir tacos se está quitando. Es extremadamente alto y delgado, esquelético según él, pero de cuerpo trabajado; de voz profunda, como han comprobado los que prefieren los subtítulos, y mirada de agua entre pícara y fiera de las que paralizan.
Tras dos décadas de trabajar con algunos nombres muy destacados –de Woody Allen, a Zach Snyder pasando por Tom Ford, Pak Chan-uk o Robert Zemeckis– y en series como The Crown, Downton Abbey o The good wife, se presenta estos días al puesto honorífico de empleado del mes. Mientras rueda la miniserie The Offer, en la que se cuenta el apasionante cómo se hizo de El Padrino, representando al productor y exactor Robert Evans, pieza clave del puzle, dos de sus últimas películas se dan cita en nuestras carteleras. Protagoniza Silent night, extravagante y apocalíptica historia que sucede durante una cena de Nochebuena de la que es anfitrión junto a Keira Knightley, y contribuye, como militar claramente disciplinado en plena Primera Guerra Mundial, al éxito de la comedia de espías King's man: la primera misión.
Pero además presenta ahora la que será última temporada de una exitosa serie fantástica especialmente interesante. El elegante vampiro Matthew Clairmont, eje central de El descubrimiento de las brujas (Movistar+), vivirá el enfrentamiento definitivo contra sus enemigos de La Congregación que regula las relaciones entre las especies, y lo tiene enfilado desde que se casó con una energética hechicera (Teresa Palmer) Y ahora, además, hay chavales que proteger.
“Y claro, como en la vida, cuando hay niños que cuidar todo es diferente. Las cosas son más difíciles cuando tienes hijos y yo tengo tres en la realidad y una espalda destruida por llevarlos a cuestas por las calles de Londres. Cualquier tipo de seguridad que puedas ofrecerles importa y tienes que tomar algunas decisiones mucho más desinteresadas de las que solías. En la serie están especialmente en peligro porque la mezcla prohibida entre los genes de vampiro y bruja suele dar lugar a seres muy poderosos y los que lo ostentan se sienten amenazados. La moraleja está muy clara. Igual que en lo referente a la rabia de sangre, que es otro elemento sobre el que pivota gran parte del argumento; una enfermedad que, una vez la contraes, te hace perder el control sobre ti mismo para convertirte en un asesino. Los libros de Deborah Harkness en los que se basa el serial están llenos de estas valiosas referencias”.
Pero, claro: hay familias y familias y ésta… “pues es un poco como todas. Con sus secretos. Las familias son increíbles; una caja de sorpresas continua, porque, si te pones a pensarlo, ninguno conocemos a nuestra madre o a nuestro padre en realidad. Bueno, yo he vivido con el mío algunas experiencias interesantes, alocadas y muy divertidas. Recuerdo una en Nueva Orleans cuando yo estaba filmando allí…”. Y, teniendo en cuenta el interés del actor por una buena juerga, dejémoslo ahí.
Clairmont, genetista y chupasangre, se alinea así con algunos de los personajes característicos del actor, a menudo con un reverso algo tenebroso, del que, dice, no ser muy consciente. “Desde luego, no los prefiero. A ver, hay algo grande en poder comportarte de una manera que no sería posible en la vida real. Sacas lo peor de ti mismo afuera. Simplemente es divertido. En cualquier caso, no me gusta interpretar al megalómano obvio que quiere dominar el mundo. Creo que, como todos los actores, intento no encasillarme y buscar la variedad, pero tal vez yo ofrezca algo que haga que los directores me vean así”, explica.
También se podría decir que está especializado en tipos elegantes, vestidos de época… “que es algo que tiene truco. Según te colocas esa ropa, tu cuerpo se pone más rígido y adopta una postura mucho más estirada, entre otras cosas porque todo te roza y te pica, en los lugares más insospechados de tu anatomía. En fin, no me siento nada elegante; ni lo más mínimo. Mis padres gastaron algo de dinero en mi educación, pero yo no he nacido para refinamientos. Por eso me fascina tanto que me pregunten a menudo cómo voy a vestir el próximo otoño. Pues con vaqueros y un jersey cualquiera, como siempre. Cuando llegué a Londres era de chinos y camisas de cuadros, pero mis compañeros de piso no me dejaban salir de casa vestido así para ir a clase de interpretación. Y se lo agradezco, porque allí había gente muy cool”.
Ya lo dejaba claro aquel mítico título del cine 'españolada': 'Todo es posible en Granada'
Incluso que un larguirucho británico nacido y criado en la zona rural de Exeter, de 25 años, teñido de rubio y sin saber una palabra de español, debutara ante las cámaras cinematográficas, casi recién salido de una prestigiosa escuela de Arte Dramático londinense, en una película de aquí, sin saber ni palabra de castellano. “Y además salía en todos los planos, así que tuve que memorizar fonéticamente todos mis parlamentos. Fue agotador” Se lo pidió así Fernando Colomo, al ofrecerle protagonizar Al sur de Granada, junto a Resines, Ángela Molina o Verónica Sánchez que recuerda perfectamente sus artes como bailarín y su punto gamberro, así como su facilidad para acoplarse y cogerle el ritmo a la “fiesta” española. Al parecer, no se perdía una. En el filme, interpretó al escritor Gerald Brenan que, en su juventud, alquiló una casa en las Alpujarras para intentar concentrarse y sacar adelante su novela, sin calcular los muchos entretenimientos que le iban a salir al paso. Según explicó después mostrar algunas escenas seleccionadas del filme le sirvió para acceder a las pruebas de la comedia romántica que le haría popular: Deseando libertad.
No le fue mal. Tuvo debut en la veintena. Primero sobre las tablas, interpretando a Lorca y rápidamente camino del cine y la televisión, que se repartan el medio centenar de personajes que ha desempeñado hasta la fecha, al cincuenta por ciento. Pero, como subraya, no le tientan especialmente los cantos de sirena “No creo ser nadie; ni pienso que ocupe ningún lugar especial. Siempre me pregunto cómo es posible que me ofrecieran interpretar la nueva versión de Retorno a Brideshead, por ejemplo, o el papel de Ozymandias, en la película de los Watchmen; me veía delgadísimo para un súper héroe y no sé si suficientemente atractivo, pero mandé la prueba que grabó mi agente y conseguí el papel. Nunca imaginaron que la habíamos hecho en el baño de un hotel, sentado en la taza del váter porque tenía mejor luz que en la habitación. Todas esas cosas me parecen tan asombrosas como el hecho de que te plantes delante de una pantalla verde a hacer tu trabajo, a menudo, sin saber que imágenes pondrán detrás. Sí, tengo una profesión realmente divertida.”
Que le da sus problemas. Primero porque, como buen británico está obsesionado con el asunto de los acentos. “Una de las primeras cosas que comprendí es que, a la hora de actuar, ser inglés limita una barbaridad porque todos quieren ese acento británico, elegante y un poco pijo, para que parezca que tienes pasta o alta alcurnia. Por eso, cada vez que interpreto a un norteamericano siento como si le estuviera robando el papel a otro. Y por eso, el acento americano, sobre todo, me empeño en clavarlo. Bueno, y cuando hice Watchmen, en la que interpretaba a un neoyorquino de origen alemán fue una locura. Busqué amigos alemanes que vivieran allí y cada uno sonaba diferente, porque no era inglés – alemán, era estadounidense- alemán.”
Y, segundo, por el continuo ir y venir de lo comercial a lo artístico del que, sobre todo los artistas de la vieja Europa se examinan constantemente, aunque, como los demás, reivindiquen el valor intrínseco del entretenimiento. “No me gusta trabajar solo por dinero. Todos necesitamos ganarlo, evidentemente, pero, en ocasiones, si quieres ser corredor de larga distancia, eso no puede ser lo más importante, aunque, a veces, al inicio de mi carrera, me causara algunas dificultades económicas. Cuando hice Matchpoint todo el mundo quería que le pagara unos vinos y, claro, invitaba porque me han educado bien, pero con Woody Allen no te forras; haces sus películas prácticamente gratis. Obviamente, eso es lo de menos. En cualquier caso, hacer una película es un trabajo muy duro y te bates el cobre en cada escena en la que apareces. Pero no lo cambiaría por ningún otro trabajo.”
No me gusta trabajar solo por dinero”
Para redondear lo del empleado del mes, anuncia su intención de abrir el abanico de posibilidades, no para dirigir, al menos de momento, pero sí para escribir, “aunque me lo estoy tomando como una especie de trabajo escolar. Me siento a hacerlo cuando ya no puedo retrasarlo más. Me encanta pasar la tarde en el campo de golf. Son lugares hermosos y tranquilos. Estar ahí es bueno para el alma y aplaca el malhumor y si no te atacas con ganar a toda costa, lo normal es que no te dé un infarto. Si viviera en Los Ángeles, por ejemplo, creo que me volvería loco en una semana”. Sí, como explicó hace algunos años, su sueño era “tener una casa de campo en la costa de Inglaterra, o en el oeste de Irlanda, andar bien de dinero, tener una familia y hacer unas cuántas buenas películas más”. Pues casi todo ya lo tiene conseguido. Aunque trabaje un montón.