Cumplidos los 86, cuando su legión de adoradores la imaginaba cocinando pasta y haciendo calceta, Sofía Loren vuelve a las pantallas y lo hace por todo lo alto: como protagonista del nuevo filme de su hijo Edoardo Ponti, La vida por delante. En él, representa a una anciana superviviente del Holocausto, que se gana la vida cobijando hijos de prostitutas en su domicilio, o chavales problemáticos, por un precio estipulado, mientras se enfrenta a las injusticias físicas de la vejez.
Tecnologías que no estaban ni en el pensamiento de los más sabios, cuando ella triunfaba en Hollywood, nos permiten escuchar los matices de su bella voz, apenas rozada por el tiempo, y comprobar que éste ha sido tan generoso con su rostro como merece y que no ha perdido ni un ápice de su legendaria elegancia. “No se por qué le resulta tan curioso a tanta gente que siga trabajando. Y lo voy a seguir haciendo –comenta divertida–. A fin de cuentas parece que voy a estar aquí siempre…”
Por supuesto, en su vuelta a los platós ha tenido mucho que ver su hijo Edoardo, que ya la sacó de su retiro más o menos informal hace 6 años para filmar el monólogo de Cocteau La voz humana. “Me decía Isabella Rosellini lo mucho que se ha arrepentido de no haberles pedido a sus padres que la dejaran trabajar con ellos, porque no quería aprovecharse de su posición y hacer las cosas por sí misma. No entendió el placer que hubiese sido para los dos. Mi hijo y yo compartimos un alma creativa que hace que nos entendamos casi con sólo mirarnos. Adoro trabajar con él”, explica.
Mi hijo y yo compartimos un alma creativa que hace que nos entendamos casi con sólo mirarnos”
El referente del personaje central lo conocieron ambos: la mamá de la artista, la abuela Romilda para el director, “muy frágil y, a la vez, terriblemente fuerte. Durante la guerra, cuando yo era pequeña y vivíamos con mi abuela –después de que su padre las abandonara–, ella jamás dijo una palabra, pero pasó mucho miedo por más que siempre estaba a nuestro lado mientras caían las bombas noche tras noche. Y gracias a eso, mi hermana y yo jugábamos o hablábamos de nuestras cosas de crías, olvidándonos por completo de lo que pasaba. Porque cuando eres un niño, cualquier cosa, cualquier juego te hace feliz, incluso si estás inmerso en un desastre. Madame Rosa, tiene muchas cosas de ella”
Para director y actriz, la novela de Romain Gary en la que se basa es un texto suspendido en el tiempo “porque siempre ha habido y hay personas discriminadas”. En este caso, los migrantes, representados por Ibrahima Gueye, un chaval senegalés que fue elegido entre 300 aspirantes y que compartió hogar con la veterana actriz mientras duró la filmación. Sin experiencia alguna, ya le habían explicado la magnitud del mito que tenía enfrente y andaba algo apabullado.
“Así estábamos juntos desde la mañana, veíamos la tele, charlábamos y nos íbamos conociendo. Nos hicimos tan amigos que, tras un ensayo especialmente duro, me contó que se sentía mal porque tenía que decirme a la cara cosas horribles y se iba a casa al terminar el rodaje con ganas de llorar. Me pedía permiso para hacer lo que marcaba el guion. Fue muy bonito. Después de aliviarle ese peso, se quedó tan encantado que cada vez que tenía que insultarme se lo pasaba de maravilla”.
Para mí Vittorio de Sica era como un dios. Fue muy bueno conmigo. Las mejores películas que he hecho han sido con él”
Según el director, estos ensayos de andar por casa, que dieron su fruto ante las cámaras, eran algo inédito para su madre, que, después de casi un centenar de personajes realizados, conserva el entusiasmo y la frescura de siempre. “Yo entendía muy bien que estuviera algo asustado, porque cuando hice mi primera película importante, en la que me dirigió Vittorio de Sica, me sentí igual porque, para mí él era como un dios”, apunta la actriz. “Cuando me eligió para El oro de Nápoles no podía creer que, con 16 años, me estuviera sucediendo eso. Al final, aquel dios resultó ser muy humano y todo un maestro. Me preguntó si había ido al colegio y yo le dije que la guerra no me lo había permitido; que ni siquiera sabía escribir. Y pensé que ahí se acababa todo. “No, no, está bien, me dijo, empezamos a rodar mañana por la mañana. Tendrás un guión pero puedes inventarte cosas y decirlas como cualquier niña de la calle. Eres una buena chica y bonita y todo lo que digas lo será igualmente”. Fue muy bueno conmigo. Las mejores películas que he hecho han sido con él”.
Entre ellas, un puñado de clásicos imprescindibles, entre los que destacan Dos mujeres, por la que alzó con el Oscar a la mejor actriz o Matrimonio a la italiana, con su inseparable Marcello Mastroianni del brazo. Así se inició, además, una carrera con títulos tan valiosos como Orgullo y pasión, Deseo bajo los olmos, Cintia o Arabesco, bajo palio de Hollywood, o Los girasoles y Una jornada particular, en Italia. Muchas de ellas producidas por el que fuera su marido durante cuatro décadas, Carlo Ponti, padre de sus dos hijos, del que enviudó hace 17 años.
Me ha resultado siempre muy difícil encontrar el momento de ser yo misma en público. De ser normal”
Todas contribuyeron a construir ese estatus de icono del que, a veces, le gustaría desprenderse. “Nunca ha sido fácil la convivencia entre la actriz y la persona. Mucha gente cree saber como te vas a comportar; espera de ti una forma de ser determinada. Pero yo soy muy tímida, como tantos actores. Me esfuerzo en no serlo, pero no siempre funciona. A veces, siento que digo cosas que deseo comunicar, otras veces no puedo. En otras ocasiones, no digo lo que me gustaría decir o me siento una persona simple y quiero salir huyendo. Eso hace que parezca que estoy incómoda cuando estoy rodeada de gente. Me da rabia ser así. Me ha resultado siempre muy difícil encontrar el momento de ser yo misma en público. De ser normal”
Como ocurre a menudo, de esa asignatura solo se examina ella porque la adoración con que se la trata en al menos dos continentes esta ahí, y los adjetivos como “cálida” y “espontánea” siempre le han acompañado. Pero, entre el prestigio y la admiración de los demás, sí existe algo de lo que se siente especialmente orgullosa. “Yo creo que nunca he sido, ni en el cine ni en la vida, una ‘mamma’ sumisa. Mis personajes han mostrado a una mujer italiana orgullosa, capaz de mantener a la familia unida. Siempre intenté ser como mi propia madre, mi ídolo. Pero en aquella postguerra mundial en Italia pasaron cosas tan dolorosas que, a veces como Madame Rosa en la película, cuando se refugia en el sótano en el que se sintió segura durante la guerra, ella también necesitaba esconderse y estar sola. Como todos”.