¿Qué tiene que ver el lujo francés, y suizo, con los accidentes de avión ? Primera respuesta : el lujo es raro, como las catástrofes aéreas. ¿Y qué más? Sobrevivir a un accidente de avión puede incitar a interesarse por el lujo y a crearlo donde antes uno no tenía este interés. Ejemplo al canto, Michel Reybier. ¿No les suena? Normal: el hombre es reservado y por eso le puso, a sus hoteles, La Réserve.
Pero, vayamos por partes. Faltaban dos años para mayo del 68 cuando, con apenas 21 tacos, Michel decide comerse el mundo y hacer negocios. Por ejemplo, en la gran distribución. Ojo, es un innovador porque aquel es un modelo de negocio en pañales. En efecto, el primer supermercado de Francia abrió en 1957. Tres años después nació el primer Carrefour (fácil : estaba situado frente a una rotonda) y en 1963 abrió el primer híper, bajo la misma marca. El joven Reybier, adelantado, se hizo con una cadena a base de comprar supermercados que no funcionaban. Tras ponerlos en órbita, vendió el paquete por una pequeña fortuna.
Perspicaz, con menos de 30 años se instaló en Suiza, con el consiguiente beneficio fiscal. Y como le gustaban los embutidos se lanzó a la charcutería industrial con su propio grupo. Por entonces, el embutido que mandaba era el italiano. Reybier recordó que Aosta –donde, por cierto, francés e italiano son lenguas oficiales– era una ciudad vecina, del otro lado del túnel del Mont Blanc, y registró el nombre (Aoste, en francés), marca franco suiza con acento italiano. En los 90 su grupo había multiplicado etiquetas y contaba 19 fábricas y 2.500 empleados.
Es ahí donde interviene el destino en forma de accidente de avión. Ver la muerte de cerca parece que da un regustillo de vida. Reybier, sobreviviente, ya no es el mismo: vende su imperio porcino al americano Sarah Lee porque ha decidido convertir lo que para él era ocio, es decir, los buenos vinos, los hoteles de lujo, la buena mesa, en su actividad empresarial.
El negocio
Reybier suma al grupo hotelero de La Réserve, Seiler y Victoria-Jungfrau
su propio champagne La Réserve
Los maestrillos, que nunca fueron ricos, insistían en que primero el trabajo y luego la diversión. ¿Y si fueran, uno y otra, la misma cosa? Lo es en cualquier caso para Reybier, propietario en el siglo XXI no solo de Domaine Reybier, su grupo hotelero (La Réserve, Seiler, Victoria-Jungfrau), prolongado por Michel Reybier Hospitality, sino también de su propio champagne La Réserve.
Y, desde el 2000, está presente en un viñedo mítico europeo, Tokay, en Hungría, y otro francés, en Burdeos: Cos d’Estournel. Ahí fue llegar y tocar el santo porque, gracias a él, ese vino ha quintuplicado el precio por botella. Y además, Reybier adosó al viñedo y bodega de la prestigiosa DO Saint-Estèphe, un albergue para viajeros distinguidos. La calidad bien entendida también empieza por casa: Reybier, desde 2015 septuagenario, inició su nueva colección, siempre dentro del sector hotelero. Se trata de clínicas privadas, en Suiza naturalmente, especializadas en la lucha contra el envejecimiento.
Un político cínico (¿pleonasmo?) solía decir, en la intimidad por supuesto, que no había que inaugurar escuelas –“ya no iremos a ellas”– sino cárceles acogedoras. Por la misma razón práctica, los parvenus del siglo XXI no construyen maternidades sino clínicas donde la arruga es todo menos bella, con el objetivo a medio plazo de impedir el pergamino facial. Y a más largo plazo el de eternizar la vida. La de unos pocos, claro: aquellos a quienes la idea de abandonar este valle de gozo arranca lágrimas.
Intuición o beneficio de iniciado en el mundo de la salud, Reybier, que coleccionaba casas y apartamentos en sitios estratégicos, reaccionó ante la covid 19 con la organización de ese parque en Michel Reybier Private Homes. En París, diez apartamentos concentrados en un edificio en el Trocadéro. Pisos independientes pero una organización colectiva, de la gobernanta (una MOF, es decir, ganadora del difícil concurso de mejor obrero de Francia, la cumbre de cada oficio) al chef. Y con la misma organización, hay bungalows frente al lago Leman y en Provenza, en Burdeos. Todo en conexión directa con un equipo médico que supervisa la excelencia en cuestiones sanitarias.
Pero porque quien mucho abarca poco aprieta, este artículo se concentrará en la oferta parisina. Sin olvidar que el nivel, el estilo, son iguales en Ginebra, en Ramatuelle, en Burdeos. La idea del lujo según Reybier es clara hasta para el cliente de una noche del recoleto La Réserve de París. Sobre todo, si además disfruta de la cocina de Jérôme Banctel, quien fuera durante muchos años chef de Alain Senderens, uno de los pioneros de la nouvelle cuisine.
En el restaurante Gabriel, pequeño museo de las artes de la mesa y de las excelencias del servicio, Banctel propone una cocina distinta y moderna y sin embargo clásica, distinguida por la guía Michelin France con dos estrellas. Y se ocupa también de los platos de La Pagode de Cos, el segundo restaurante, más informal pero con la misma excelencia del servicio y cuyo nombre alude a la arquitectura de Cos d’Estournel, con influencias asiáticas.
Como en todos los restaurantes parisinos de ese nivel, el Gabriel propone un menú de medio día en torno a los 80 euros. Pero a la carta los precios se disparan. Sobre todo cuando, como en este caso, la bodega –el dominio del sumiller Aurélien Gil Artagnan– es impresionante. No hay que olvidar al chef pastelero: Adrien Salavert llegó en marzo del 2018 al Gabriel. Casi dos años después, el 27 de enero, Michelin France 2020 lo situaba entre los nueve mejores de Francia.
¿Un beneficio, entre tantas desgracias, de la Covid-19 y del aciago 2020? La primera y rápida reacción de Reybier cuando el pánico por el virus lo cerró todo, en marzo, fue la de acondicionar los apartamentos de lujo, privados, en los alrededores de su hotel, para sortear el cierre de hoteles y restaurantes. Y dado que los clientes alojados, o mejor dicho confinados, en tales apartamentos tenían que comer, Reybier, apoyado en el talento de Banctel, puso a punto un sistema de comida para llevar. Estrategia complicada ya que catering y restauración son oficios diferentes.
Lujo accesible
El empresario ideó un sistema de comida de calidad para llevar, para sus huéspedes, a precios que no resultaban prohibitivos
Una vez rodado el sistema fue sin embargo sencillo extenderlo a posibles clientes parisinos sin relación con el hotel o sus apartamentos. Con el efecto llamada para quienes nunca se alojarían en ese tipo de hotel ni osarían sentarse en el restaurante. Si funcionó rápidamente fue, además, porque se trataba de un lujo accesible, con un primer precio, 49 euros, que incluía entrante, plato, postre. Las dos posibilidades de de ir un poco más allá tampoco eran prohibitivas: un menú en 5 servicios (entrada, pescado, carne, pre postre y postre) por 69 euros y, por 20 euros más, en temporada, el menú caza, con entrada, primero y segundo platos, ante postre y postre.
Claro que se trataba de un recurso coyuntural, para una y otra parte. El hotel no recibe, por ese precio, la compensación debida a la inversión en personal, en productos, en cargas sociales. Y el cliente sólo disfruta el contenido del plato, sin siquiera la porcelana y el cristal de diseño de Gabriel o de La Pagode de Cos. Para tener una idea de lo que se pierde el comensal externo hay que recordar algunos lauros cosechados por el hotel. En octubre del 2016 el Villegiature, uno de los premios hoteleros más importantes, lo distinguió por partida doble: mejor acogida y servicio de hotel de 80 habitaciones y Grand Prix al mejor hotel europeo. El comentario generalizaba en esta definición de los establecimientos de Michel Reybier Hospitality: Lugares raros, únicos, donde el cliente se siente bien, con productos diferentes desvelados como un secreto”. Y añadía: “Un lujo que no teme la sencillez, alejado de las apariencias y la ostentación”.
Al año siguiente los lectores de Condé Nast Traveller ungieron a La Réserve Paris mejor hotel del mundo. Y en 2019, otra referencia, la revista norteamericana Travel+Leisure, en la 24 edición de sus World’s Best Awards, le otorgó su diploma de mejor hotel de la capital francesa. ¿Hotel ? La verdad es que al llegar uno puede sentirse como el huésped de una mansión burguesa. Mármol, tinturas, cortinados rojos, sillones tapizados de terciopelo, parqué de roble del llamado punto de Hungría, y, en general, la decoración de Jacques Garcia (sin acento, nieto de un jardinero español y preferido de hoteles cinco estrellas y casonas particulares), permiten viajar en el tiempo.
Por ejemplo, hasta 1854. En aquel año, cuando Francia tenía emperador, Napoleón III, sobrino del otro, y una emperatriz gaditana, Eugenia de Montijo, el duque de Morny hizo construir este palacete. Han pasado 166 años pero el personal –dirigido desde 2019 por Romain Meiran, un experto en lujo recoleto– consigue disimularlo y hacer creer, al cliente, que si no emperador es por lo menos rey.
Todo esto sin obsequiosidad ni aires solemnes. Un servicio eficaz, profesional, pero cercano, sin necesidad de presentarse con su nombre de pila como en las cadenas americanas. Si el recién llegado contrató una suite, lo acompañarán solo hasta la puerta porque adentro espera el butler, su mayordomo particular, un caballero bien vestido que se pone a su servicio. Realmente se ocupará de todo. En estrecha complicidad con el room service y el conserje, son capaces de solventar caprichos como el de aquel cliente que pidió siete guiones distintos para declararse a su novia en siete escenarios diferentes.
Servicio extremo
El '‘butler’ se convierte en el mayordomo personal, junto al servicio de habitación y el conserje, además de la ‘tablet’ inteligente
El butler le presentará el bar lleno de bebidas, gratuitas a excepción de las alcohólicas. Y la tablette digital, que aparte de su empleo específico, sirve como normal conmutador de luces, persianas, temperatura. Y hasta permite convertir un espejo en pantalla de televisión. ¿Qué más? El mármol de la sala de baño, en la que destacan bañera y potente ducha, tiene venas negras. En el retrate, el inodoro japonés Toto, automatizado y con chorro de agua caliente.
Y si lo que le apetece es relajarse y nadar, el butler le revelará que en el subsuelo, junto al spa, la piscina del hotel, de 16 metros, nunca cierra. Y aunque cada detalle ha sido pensado y decidido por Reybier, ningún cliente lo verá. Mejor dicho, gracias a su reserva, que impide difundir fotos suyas, quien lo vea no lo reconocerá. Será como un cliente más, que al fin y al cabo fue para eso que creó el grupo.