En francés, el término hotel particulier define un palacete, una mansión. Y el Hôtel Particulier Villeroy, el primer eslabón parisino de una mini cadena del lujo, The Collectionneur, es lo que su nombre explica: la mansión Villeroy. Es decir, un hotel que pretende ser el equivalente de un domicilio particular. Ese pied-à-terre que los extranjeros anhelan en París para sentirse como en su casa… cuando la casa goza de más confort que el más lujoso de los hoteles. De hecho, el hotel de lujo nació en el siglo XIX para que los viajeros que estrenaban el turismo, esa invención inglesa, encontraran las comodidades de las que disfrutaban en sus mansiones.
Hasta entonces, el viaje era una aventura, tanto por las sorpresas desagradables –salteadores de caminos, por ejemplo- como por la falta de confort y la incertidumbre de ignorar si habría un lecho y un plato al cabo del camino. Peor aún: a partir de cierto nivel, preguntarse si aquella cama tendría o no habitantes incómodos –chinches, piojos- y si la comida sería o no comestible. Por eso las dimensiones de los hoteles que empezaron a surgir en Europa hace casi dos siglos preveían grandes espacios, ese sinónimo del lujo, para que se alojaran señores y servidumbre y pudieran ser acomodados los numerosos baúles.
En el Villeroy, en lugar del espacio para esa servidumbre –que ya solo viaja, siempre con los baúles, con los millonarios del petróleo-, el lujo consiste en asegurar un (o una) mayordomo por huésped. Día y noche. “Así, a lo sumo –explican- cada cliente solo tratará con dos personas, que conocerán sus gustos y manías”. El hotel incluye un recoleto restaurante, el Trente Trois (33, por la dirección del hotel en la rue Jean Goujon), con carta creada por el chef con una estrella Michelin en Provenza, Sébastien Sanjou, y cada suite, habitación o apartamento fue prevista para que el cliente pueda disfrutar sus comidas allí e incluso recibir invitados, dado que el restaurante solo sirve a los hospedados. En ese caso, “el desayuno, comida o cena, según los horarios del huésped –aclara Dorian Fournier, Chef Majordome-, son servidos en la habitación por el mayordomo respectivo”.
El chef Sanjou también se ocupó de diseñar ese nuevo concepto de una sala extensiva porque “el ritual no es el mismo en el restaurante que en los espacios privados, pero la diferencia no tiene que ser percibida por el cliente”. Una propuesta que planteó “una dificultad inicial, como cada vez que nos obligan a cambiar de sistema, pero compensada por una dosis de espontaneidad cuando la comida es servida en la privacidad del alojamiento. Como además el mayordomo que sirve tiene rápidamente un trato directo con el cliente –completa Sanjour-, se crea una familiaridad que modifica, por ejemplo, el idioma empleado cuando se trata de explicar un plato o un vino”.
Si Jean Goujon (1510-1567), el arquitecto en cuyo honor fue bautizada la calle del hotel fue algo así como el arquitecto e interiorista personal del rey Enrique II, Ernest Rahir, autor en 1908 del palacete que hoy ocupa el Hôtel Particulier, tenía las preferencias de la rica burguesía de la época. Como los Villeroy, una de las familias fundadoras de Villeroy & Bosch (empresa franco alemana, de cerámica, creada en 1748 ), que financiaron la construcción para que fuera domicilio del joven Nicolas Lucien Villeroy. En aquella primera década del siglo XX, la fachada de piedra tallada, de estilo neoclásico, sobria, contrasta con la monumentalidad de los espacios interiores.
El edificio tiene tres plantas, con entrada principal, de honor, conservada tal cual, 112 años más tarde, en la renovación del hotel. Los visitantes de Nicolas Lucien accedían por una escalera de mármol a un gran recibidor deslumbrados por la escalera monumental que, desde allí, trepaba hasta el tercer piso, el menos prestigioso. Como lo explican esas chambres de bonne (habitaciones de servicio, en los altos) transformadas hoy en caros áticos de los edificios parisinos, la disposición de habitaciones y salones tiene un antes y después del ascensor. Cuando subir escaleras fatiga, la zona noble se limitan a la planta baja y el primer piso. Y el último queda para el servicio. Cuando el ascensor aparece, la situación se invierte: el amo quiere vistas y altura y al personal se lo aloja en el subsuelo.
Así, la mansión de Nicolas Lucien repartía el lujo por la planta y sus salones y las habitaciones y salones del primer y el segundo piso. Los sirvientes en el tercero. Y la infraestructura que hacía funcionar el edificio, en el subsuelo. Stefan Zweig escribió El mundo de ayer para fijar como fecha del cambio no sólo de siglo sino de universo, el 1914 del comienzo de la Gran Guerra. Un tumulto marcado por fronteras y pasaportes. Ese año murió Maurice Villeroy. La mansión pasó a poder de su hijo Nicolas Lucien, pero por poco tiempo. La guerra la colocó bajo secuestro gubernamental y aunque el conflicto finalizó en 1918, no pudo recuperar su bien. Los documentos demuestran que en 1922 el edificio fue adjudicado, en subasta pública, a una sociedad inmobiliaria y reservado desde entonces a un uso comercial.
Edificio histórico
La familia Villeroy, fundadora de Villeroy & Bosch, construyó la mansión para su hijo, el joven Nicolas Lucien Villeroy
En 2016, Wainbridge, empresa privada de inversiones, compró el edificio “para crear un hotel confidencial, de excepción”. Se trata de “concebir la transformación desde los planos arquitectónicos hasta la entrega del edificio a quien lo explotara”. Con la dificultad añadida, en este caso, de que la mansión es monumento histórico desde 2014. Eso significa que ciertos espacios como la fachada, la escalera principal, diversos salones, incluso decorados concebidos especialmente por Ernest Rahir pueden ser restaurados, pero “sin afectar a su integridad”.
El objetivo de los interioristas quedó escrito: “respetar ese lugar histórico, pero inyectándole modernidad y sofisticación, con un espíritu muy parisino”. ¿Cómo? Una visita lo deja claro. Lo que ve el visitante del 2020, tras subir la imponente escalera de mármol, impresiona: un gran hall circular, altura triplicada –5 metros en el hall y 3 en las suites- y otra monumental escalera de hierro forjado, decorado con hojas de oro. Ese espacio central, abierto a la mayor altura del edificio, inunda todos los pisos de luz natural. Pero como también existe la noche, el taller Alain Ellouz creó dos sorprendentes arañas, una con 35 esferas de alabastro cincelado, suspendidas entre el hall y el tercer piso y la otra en un acuerdo de alabastro y cristal de roca, mástil plantado en la caja de escaleras y que también roza el cielo raso.
Al hall se abren dos de los salones históricos. Uno fue transformado en el restaurante Trente Trois, con boiseries, chimenea monumental, platería de Christofle, cristalería de Montbronn y Zalto. El chef Sanjou –propietario a su vez del restaurante Le Relais des Moines, en el Var- es originario de Bigorre, en el sudoeste francés y es “la quinta generación de una familia que se ha ocupado siempre de alimentación”. Sanjou, quien supervisaba ya La Voile d’Or, otra marca The Collection, en Saint-Jean Cap Ferrat, define su cocina como “clásicamente moderna, basada sobre todo en productos de temporada y en ejecuciones sencillas, para garantizar la regularidad en esa alternativa entre un servicio en sala o en dependencias privadas”.
En otro salón histórico abierto al hall está hoy el Bar Jean Goujon, con aires de club privado inglés, fuego de chimenea en invierno, luces tamizadas, canapés confortables, molduras trabajadas con hoja de oro realizadas en 1908 y reproducciones de dos óleos de Boucher. Atención a la espectacular araña, creada también en este caso por el taller Alain Ellouz, en forma de anillos cruzados, que puede cobrar vida propia si el cliente abusa de los whiskies japoneses de la que presume de ser “la carta más especializada, de París en ese destilado”.
La decoración de los once apartamentos, suites y habitaciones –tonos grises, concebidos, como los muebles y molduras por la firma italiana Promemoria- juega con los volúmenes y con el mármol de los baños y las cocinas de los apartamentos. Las cinco suites ostentan cada una su chimenea de mármol de Calacatta, tallada en un solo bloque, y cuyo peso sobrepasa la tonelada. Pierre Bonnefille, artesano francés con el grado de Maître d’Art, firmó las obras policromas, diseños exclusivos para el hotel, que a base de polvos minerales, calcáreos, mármol, pigmentos naturales o polvos metálicos, adornan las habitaciones, los espacios comunes y la sala del restaurante.
El cliente puede escoger entre dos apartamentos muy amplios, otras tantas suites Grand Premier, tres suites Premier o cuatro habitaciones de igual categoría –1.000 a 7.000 euros por noche -, con habitaciones de 30 metros cuadrados, apartamentos de 110 a 115 metros, suites de hasta 120 metros y un ático de 225 metros, repartidos del entresuelo al tercer piso. En todos los casos “los detalles son esenciales, las increíbles sábanas italianas, por ejemplo”, desliza Fournier. Y, “porque un cliente puede necesitar un piso privatizado e incluso el hotel entero, cada piso fue concebido para funcionar con entera independencia”.
Lujo exclusivo
El cliente puede escoger entre dos amplios apartamentos, varias suites o las habitaciones y pagar entre 1.000 y 7.000 euros por noche
Para cuidar la forma, el spa, con su sauna y su sala de 45 metros dotada con equipamiento puntero de Technogym, permite un entrenamiento particular o pilates las 24 horas. Y, como en el caso del bar y del restaurante, su uso está reservado a los clientes del hotel. En fin, en ese concepto de un todo personalizado, un personaje invisible pero fundamental es Jacques Oudinot, consejero delegado de The Collection, diplomado en Glion, con amplia experiencia hotelera y responsable de la reapertura del histórico Crillon de París en 2014.También pesa en la organización Dorian Fournier: es el jefe de mayordomos. Tras debutar en Chefs de France, el restaurante de Paul Bocuse en Orlando y trabajar en el restaurante Bernardin de Nueva York, Fournier se desempeñó en Courchevel, estación de ski con mucho millonario, como mayordomo de chalets privados. En 2018 se integró en The Collection como responsable de mayordomos en las villas privadas de Saint Barth y Saint-Jean-Cap Ferrat, antes de inaugurar el Villeroy, “con mi divisa de siempre –explica-: generosidad y benevolencia”.