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No me envíes un abrazo, dámelo

relaciones sociales

Memorias de un zombie adolescente, estrenada en el 2013, es una película interesante, indigna del nombre con que la rebautizaron en España, tan ridículo como Mi novio es un zombie (así se comercializó en México y otros países de América). La cinta, que ya tiene segunda parte, se titulaba originalmente Warm bodies (Cuerpos cálidos). Fue dirigida por Jonathan A. Levine y se basa en la novela homónima del estadounidense Isaac Marion.

Una de las escenas iniciales es memorable: el no muerto protagonista recuerda con melancolía los tiempos en que estaba vivo y podía relacionarse con otros seres humanos. Un salto atrás lo muestra en aquel tiempo, vivo e interactuando, rodeado por una multitud aislada, hipnotizada y concentrada en sus teléfonos móviles. La Guerra Mundial Z o el Apocalipsis Z que idearon escritores como el estadounidense Max Brooks o el gallego Manuel Loureiro ya ha estallado. Se libra en internet.

“Nunca una lágrima emborronará un correo electrónico”, se dice que dijo José Saramago. Tampoco nunca se podrá enviar por internet un abrazo de verdad. Y, sin embargo, los abrazos son uno de los mejores heraldos de las relaciones humanas, explica Andy Stalman, conocido como Mr. Branding, uno de los conferenciantes y expertos en marcas comerciales más reputados del mundo hispanohablante.

En su última obra, la superventas HumanOffOn (Deusto), Stalman recalca que “a medida que la tecnología avanza, la necesidad de lo humano se acrecienta”. Numerosos autores defienden la importancia del contacto físico, ese mismo contacto físico que cada vez pierde más peso en favor del mundo virtual.

Entre los primeros pobladores de América, como entre muchas culturas aborígenes, el silencio era vital. Tribus en permanente estado de alerta no podían permitirse el riesgo de que el llanto de un bebé les delatara cuando iban de caza o cruzaban territorios enemigos. No era frecuente, sin embargo, que los bebés llorasen. ¿Por qué? Porque solían ir a la espalda de sus madres, piel con piel.

En las sociedades desarrolladas de nuestros días hay cámaras para velar el sueño de los recién nacidos y mil artilugios más. Balancines para adormecerlos, nanas electrónicas, juguetes con sonidos y luces… Quizá todos estos artefactos sean muy útiles, aunque dificultan el contacto. Y los niños lloran.

No destriparemos la historia, pero la importancia de los vínculos físicos queda muy bien reflejada en las últimas escenas de la película El secreto de sus ojos (2009), basada en la novela La pregunta de sus ojos, de Eduardo Sacheri (Alfaguara). Un personaje dice: “Hábleme” y nunca una palabra tuvo tanto significado. Las redes sociales están muy bien, pero no sólo las virtuales. Es genial tener amigos en Facebook… y de carne y hueso, decía Kurt Vonnegut (1922-2007), y eso que él sólo asistió a los primeros pasos de este Godzilla. Las conversaciones en un parque, en un bar, en la cola de la panadería o en el autobús también son redes sociales.

El cuerpo a cuerpo permite cosas que difícilmente se obtendrán con algoritmos. Según muchos estudios, un abrazo de apenas unos segundos contribuye a reducir el estrés y dispara los niveles de oxitocina, que produce bienestar, de ahí que la llamen la hormona del amor o la hormona de la humanidad. También se segrega esta hormona en una comida agradable, una reunión de amigos, durante un masaje... Y, sí, también con eso que está usted pensando. Los abrazos no son una panacea, pero recuerde a todas las personas que quiere y a las que ve habitualmente sin abrazarlas casi nunca. Y ahora calcule cuánto tiempo destina a enviar o leer mensajes de esas mismas personas.

La conclusión es demoledora