Aunque parezca inverosímil, caminar sin calzado puede favorecer la salud de los pies y del propio cuerpo en general. Al eliminar la protección del zapato, los músculos intrínsecos del pie se activan más, ayudando a fortalecer esta área y mejorando el equilibrio.
Además, el contacto directo con el suelo favorece la propriocepción, la capacidad del cuerpo para ubicarse en el espacio.
Esto puede traducirse en una mayor conexión con el entorno y un caminar más natural. Sin embargo, es importante tener en cuenta que, por costumbre o comodidad, la velocidad al andar descalzo tiende a ser menor.
Un estudio publicado en Nature en 2021 respalda las ventajas de caminar descalzo o con calzado minimalista. Los participantes que optaron por este tipo de calzado mostraron un aumento del 57,4 % en la fuerza de sus pies tras seis meses de práctica. También se observó una mejora en el equilibrio y una reducción en el riesgo de caídas.
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Barefoot
No obstante, los expertos advierten que no es una solución plena como tal. Las personas con pies planos, fascitis plantar u otros problemas ortopédicos podrían agravar sus síntomas si adoptan esta rutina sin supervisión médica.
Además, caminar descalzo en superficies duras o irregulares puede aumentar el riesgo de cortes, ampollas o lesiones. En otras palabras, hay que saber cómo y cuándo caminar sin calzado.
Primeras sesiones de 10 a 15 minutos
Para quienes deseen probar esta práctica, los especialistas recomiendan hacerlo gradualmente y en entornos seguros. Las superficies blandas, como césped limpio, arena o alfombras, son ideales para empezar, ya que reducen el impacto y el riesgo de lesiones.
Las primeras sesiones deben ser breves, de 10 a 15 minutos, con incrementos progresivos para permitir que los músculos y ligamentos se adapten de forma segura. Complementar esta rutina con ejercicios específicos, como estiramientos de los dedos y movimientos circulares del tobillo, también puede ser de gran ayuda.
Aunque caminar descalzo tiene claras ventajas, es crucial individualizar el enfoque según las necesidades de cada persona. Para muchos, esta práctica representa una oportunidad de reconectar con el cuerpo y el entorno, potenciando la salud de los pies y fomentando un estilo de vida más natural.