La sal entre los dientes: olas lejanas, nostalgias espumosas, mares con espinas
Arte para escapar (4)
El confinamiento no las ha hecho callar: ahí siguen, esperándonos. Desde Hokusai a Korin Ogata, de Gauguin a Ai Weiwei, desde Lacombe a Lars von Trier, paisajes de infancia y de futuro
Esperando las olas. Esperando ir a abrazarlas (nosotros que no somos surfers profesionales) y que nos tumben, que nos den un revolcón mientras reímos y se ríen de nosotros. Esperando a que nos llenen el pelo de arena y algas. Labios de sal, dientes de sal, ojos de sal. Sapore di sale, sapore di mare, che hai su la pele, che hai su le labbra. Ya no está tan lejos el día en que callarán las sirenas de las ambulancias por culpa del virus y oiremos a las sirenas invisibles, cantando entre los rizos del mar, mar de escamas, mar de espinas. Mar de música en Matsuhima, paraíso inconmensurable, mar como encaje de bolillos en Hokusai, verdor líquido en la Bretaña de Gauguin, océano desatado de Von Trier en Rompiendo Las Olas, el mar de pan de oro de Lacombe. Mar de fuego, mar de añil. Castillos de arena. Castillos en el aire.
Después de pasear por las nubes, subirse a la barca, y alternar la soledad con la multitud (algo que está a la orden del día), una nueva entrega de Arte para escapar con sabor a infancia, a verano, a playa. Puede disfrutar el artículo en silencio o acompañado de, por ejemplo, Cesária Evora , Katrina & the Waves, Astor Piazolla (Ondina) o, por supuesto, doña Rocío Jurado.
Paul Gauguin (1848-1903)
Espuma y jade
ONDINE, 1889
Lo que hoy en día se ve como una obra maestra desbordante, en su día se percibió como una rareza, pintura sin perspectiva, plana, las olas flotando, casi volando, el mar verde que trepa como la yedra. Gauguin tuvo más éxito en vida que su amigo Van Gogh, pero siempre se las vio y deseó para vender sus cuadros, tallas y muebles... Las escenas de baño siempre acompañaron la búsqueda constante de la libertad creativa y personal: en este óleo, las olas agitadas de la costa bretona se retuercen en un intento de coreografiarse con la bañista. Dos años después de acabar esta tela, en 1891, Gauguin partiría hacia Tahití donde le esperarían otras olas, en las playas de Mataiea y Punnauia, redondeadas y mansas, cansadas ya de chocar contra la corona protectora de coral de la isla. Si un día pasa por Ohio, esta maravilla incomparable le espera en el Cleveland Museum of Art.
Jesús Rafael Soto (1923-2005)
Un poemario, una canción
PROGRESIÓN VERDE Y BLANCA, 1969
Una escultura-poema que parece una montaña resquebrajada, com una ola de hielo surgida de la tierra, que semeja la cama de fakir más incómoda del mundo. Mejor no probarla. Mucho antes que la realidad virtual nos transportara a la nada, los artistas cinéticos como el venezolano Jesús Rafael Soto o el argentino Julio Le Parc consiguieron una fusión de pintura y escultura, a veces visitable y atravesable por el espectador. Estructuras de materiales ligeros, lentejuelas gigantes que se mueven, que están vivas y que dibujan formas geométricas perfectas, suprematismos en tres dimensiones, criaturas que se liberan del cuadro y del pedestal y que están a punto de emprender el vuelo.
Luis Paret y Alcázar (1746-1799)
Una ventana inesperada
AUTORRETRATO EN EL ESTUDIO, 1780
Paret, pintor poco recordado pero con una vida personal que llenaría programas de telebasura en las sobremesas, es muy valioso como cronista del nuevo Madrid de Carlos III y como cartógrafo de olas. Las pintó en el País Vasco, sí desde Santurce a Bilbao, y en Puerto Rico, adonde fue desterrado por culpa de las intrigas de palacio. Encerrado en una isla, ese estadio de libertad surrealista. En el cuadro, que pertenece a la colección del Prado, el pintor madrileño, niño prodigio de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, se viste con sus mejores ropajes y exhibe un cuadro con oleaje travieso como ventana, como credencial, como salvoconducto.
Lars von Trier (1956)
El mar como penitencia y tortura
ROMPIENDO LAS OLAS, 1996
¿Cómo se debió sentir Paret en el destierro de Puerto Rico o en el posterior alejamiento forzoso de la Villa y Corte? Bessie Smith (inconmesurable Emily Watson) personifica esa ansia de libertad huyendo de una familia ultrarreligiosa y encontrando la felicidad tan efímera como los momentos de respiro en la obra maestra de Lars von Trier, gran artista y peor persona. El mar rodea, el mar aprieta, el mar mata. Gris. Plúmbeo. Mercurial. Azabache. Ejército de olas incansables, que marcan el sístole y diástole de los personajes. Un acercamiento al romanticismo de Caspar David Friedrich (el fotograma recuerda a uno de sus cuadros más célebres), pero sin ningún romanticismo que valga. Un film que si te toca, te tatúa. Y esa tinta no se va con nada.
Georges Lacombe (1868-1916)
La fiebre del oro
VORHOR, LA OLA VERDE, 1896-7
Hemos separado los textos de Gauguin y Lacombe, para que este no vaya saltando de ola en ola, de párrafo en párrafo para ir a abrazar a su ídolo pictórico, referente máximo del grupo Les Nabis, entre los que se incluyen maestros del color como Vuillard, Denis, Sérusier, Valloton o Bonnard. Lacombe, menos conocido, también se formó en esa cantera de la Académie Julian que sobrevivió, como tal, hasta 1968. El mar de oro y la ola gaseosa de este paisaje fascinante en la península de Crozon, en el Finistère francés valé un Potosí, un eldorado, unas minas del Rey Salomón brumosas, atlánticas y salvajes.
Katsushika Hokusai (1760-1849)
Belleza terrenal, celestial, sideral
LA GRAN OLA EN LA COSTA DE KAGANAWA, ca. 1830
Ola que es mar, que es firmamento, que es montaña, que es monstruo con tentáculos, que es belleza terrenal, celestial y sideral. Icono, estampa que no perderá su belleza y originalidad aunque la reproduzcan millones de veces en camisetas, tazas o carpetas de escolar. Todo es un disfrute en esta estampa de Hokusai, la más conocida de las 36 vistas del Monte Fuji, serie que ejecutó a inicios de 1830. Todo, menos pensar en el sufrimiento de los pescadores zarandeados como un pluma en medio de un huracán, a punto de ser engullidos en el mar de Kaganawa, cerca de Yokohama. Lo mejor de esta estampa no es su universalidad, sino lo que representa: un árbol gigante que tapa un mundo casi inabarcable formado por otras composiciones, otros artistas, una dimensión que nunca se acaba de explorar.
Ai Weiwei (1957)
El cosquilleo perlado de la bruma
LA OLA, 2005
En los Juegos Olímpicos del arte, Ai Weiwei se llevaría la medalla de oro en decatlón: es artista multidisciplinar, toca todos los palos, es activista, es director de cine, está en todas partes, es lo más parecido al Warhol del siglo XXI, tiene un voz política potente y hasta llena una taza de váter de piezas lego y el mundo le aplaude. El Metropolitan de Nueva York le compró esta pequeña joya (luego pasó a manos privadas) que entronca con la tradición ceramista asiática, con el jade del mar de Gauguin, con la avalancha de espuma en la tela de Lacombe, con las zarpas de la ola de Hokusai y, especialmente con las obras del pintor chino del siglo XIII, Ma Yuan.
Kōrin Ogata (1658-1716)
Matsushima, mon amour
OLAS EN MATSUSHIMA
Los hermanos Bonheur, con Rosa al frente, eran cuatro, como los Pissarro, los Duchamp eran tres, igual que las Anguissola (Elena, Lucía y Sofonisba). Los Ogata eran dos, Kōrin y Kenzan, dos de las figuras más importantes de la escuela de pintura japonesa Rinpa, muy anterior a la de Hokusai o Hiroshige. Los Ogata eran como Ai Weiwei pero sin Instagram, pintores, artesanos, especializados en los secretos del byobu-é, biombos forrados de seda y telas preciosas y pintados con una delicadeza infinita. Esta pieza es magistral, una de los mejores estampas del edén preservado que sigue siendo Matsushima 350 años después. Las olas ondulantes recién peinadas, que se hermanan con las nubes, los tonos marrones que juguetean entre las islas coronadas por los pinos. Seis paneles, un paraíso. ¡A surfear!